Salgo del baño con el cabello aún goteando, envuelta apenas en una toalla que se niega a mantenerse en su lugar.
El teléfono suena con el tono específico que asigné a Jesús —una llamada por Skype que no esperaba hasta mañana.
Contesto sin pensarlo, ajustando la toalla con una mano.
—¿Interrumpo? —pregunta Jesús, y puedo ver esa media sonrisa que me vuelve loca incluso a través de la pantalla pixelada.
—Solo me estoy secando —respondo, sintiendo cómo el calor sube a mis mejillas cuando su mirada recorre el escote que la toalla deja expuesto.
—Podríamos jugar un poco antes de que te vayas a dormir —sugiere, su voz un susurro ronco que me hace estremecer.
—Me estoy preparando para salir —digo, evitando sus ojos.
Su expresión cambia instantáneamente.
—¿A esta hora?
—Tengo que cenar con un cliente. Me asignaron un proyecto nuevo. —trago en seco el nudo en mi garganta.
—¿Quién es? —pregunta un tanto demandante al darse cuenta de lo escuelas que son mis palabras.
—Jesús, no vayas a armar un