De vuelta en la oficina, estoy inmersa en planos y especificaciones cuando mi teléfono cobra vida simultáneamente: la llamada entrante de Andrea parpadea en la pantalla justo cuando llega un mensaje de WhatsApp de Jesús.
—¿Cómo está mi favorita en el paraíso? —pregunta Andrea, su voz tan alegre y despreocupada como siempre—. Aquí Jesús está de un humor espectacular, demasiado bueno para ser verdad. Sofía asegura que es porque se está acostando con Adriana otra vez, porque a Claudia no se le ha visto un pelo en todo esto.
Miro el mensaje de Jesús, que brilla con una audacia que me hace sonreír a pesar de mí misma: "Fin de semana. Solo nosotros. ¿Sí o sí?"
—¿Y Adriana? —continúa Andrea, arrastrándome de vuelta a la conversación—. ¿También está de maravilla?
En ese preciso momento, como si la mención de su nombre la hubiera convocado, Adriana pasa por el pasillo contiguo. Su voz corta el aire como un cuchillo mientras regaña a algún pobre practicante. Su rostro, normalmente sereno y comp