El taxi negro con vidrios polarizados se detiene frente a mi edificio. Jesús lo ha enviado, como prometió, para nuestra escapada de fin de semana. No sé a dónde vamos, qué tiene planeado, pero la expectativa me hace temblar las manos al subir al vehículo.
El conductor no dice una palabra durante el trayecto al aeropuerto. Cuando llegamos, me dirige directamente a una terminal privada donde un avión ejecutivo espera, sus turbinas zumbando suavemente. La azafata me recibe por mi nombre y me lleva a la sección VIP, donde solo hay seis butacas de cuero blanco.El despegue es tan suave que apenas lo siento. Me duermo viendo las nubes, y cuando despierto horas después, mi corazón se detiene al ver la Torre Eiffel iluminada contra el cielo parisino.París.Jesús me espera en la pista privada, impecable con un traje negro que contrasta con su sonrisa blanca. Sin decir palabra, me atrae hacia él y me besa como si no hubiéramos estado separados semanas, sin