El avión aterriza con un golpe seco que hace que los pasajeros a mi alrededor se agarren de los reposabrazos. Yo apenas lo noto. Mis uñas ya han dejado media luna marcada en la palma de mi mano izquierda, y el teléfono en mi derecha sigue mudo, sin nuevas notificaciones desde aquel mensaje que lo cambió todo. Cada latido en mis sienes repite las palabras como un eco maldito: "Estoy enamorada de tu padre"
El taxi hasta mi departamento parece durar una eternidad. Cada semáforo en rojo es una agonía, cada curva del camino un recordatorio de que no hay escapatoria. El conductor habla de fútbol, del clima, de cualquier banalidad, mientras yo me aferro al asiento, sintiendo cómo el sudor frío empapa mi espalda. Necesito una ducha que lave esta culpa pegajosa, necesito dormir aunque sé que solo soñaré con él, necesito borrar la memoria de estos días que han destrozado el último pedazo de cordura que me quedaba.
Pero sobre todo, necesito no pensar en lo que escribí. En esas palabras que a