Las horas pasaron lentamente en la oficina. El ritmo era frenético: llamadas entraban, correos llegaban sin cesar y los documentos se acumulaban uno tras otro. Isabella y Marcos trabajaban codo a codo, sin hablar más de lo necesario. Él apenas la miraba, pero cuando lo hacía, parecía que sus ojos buscaban respuestas que ella ya no podía darle.
Isabella organizaba unos archivos cuando su celular vibró sobre la mesa. Ella lo miró de reojo. El nombre en la pantalla la hizo fruncir el ceño.
Fernando.
Suspiró. Dudó por un segundo, pero terminó deslizándolo para contestar.
—Hola, Fernando… disculpa que no haya contestado antes, sé que estoy en horario laboral, pero dime, ¿es urgente?
Marcos alzó la mirada al instante. Estaba a escasos pasos de ella y no necesitó esforzarse mucho para oír el tono familiar del hombre al otro lado de la línea.
—Hola, Isabella —respondió Fernando, con esa voz suave y bien medida que siempre usaba con ella—. No quiero molestarte, pero sí… es algo urgente. Necesi