El silencio en la suite era tan espeso como el aire antes de una tormenta.
Ellos seguían ahí, en el sofá, separados solo por unos centímetros… y por el miedo a lo que pasaría si los borraban.
Marcos había bajado la guardia. No la había presionado, no había cruzado la línea.
Pero la forma en que la miraba…
la forma en que la respetaba sin ocultar lo que deseaba, hacía que el corazón de Isabella latiera con un ritmo que ella misma desconocía.
Se sentía viva.
Deseada, sí… pero sobre todo, vista.
Él tenía la mirada baja, clavada en el suelo, como si tratara de contener una batalla interna que lo estaba consumiendo.
Fue entonces cuando ella lo decidió.
Sin pensarlo más, se inclinó hacia él.
Primero despacio, como si aún dudara de sí misma.
Y luego, con determinación.
—Marcos… —susurró, tan cerca que su aliento se mezcló con el de él.
Él alzó la mirada de inmediato. Y lo que vio en sus ojos, lo dejó inmóvil.
Ella se acercó un poco más. Su nariz rozó la de él. Sus labios estaban a milímetros