“Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía, manchadas de sangre, y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo”.
La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe.
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Stephan
El auto se detuvo frente al palacio, donde se celebraría la Noche del Zhar-Ptitsa.
Era el evento más exclusivo y temido del submundo criminal ruso. Una vez al año, Sergei abría las puertas de su imperio a los jefes, aliados y posibles enemigos de la Bratva. Su objetivo era simple: recordarles a todos quién estaba en la cima. Quién daba las órdenes y podía destruirte de la forma más cruel y dolorosa que te fuese posible imaginar.
Sergei era la muerte roja para todos los que bailaban al compás