Stephan
Nadie me reconocía; sin embargo, todos podían sentir algo. Un escalofrío en la espina, un pequeño estremecimiento provocado por una grieta en el aire. Una perturbación en el ambiente, similar a la que podría causar un espectro, atravesando la multitud. Una promesa de destrucción y sangre.
La muerte roja.
Yuri estaba riendo con un ministro extranjero. Sergei se encontraba en lo alto, en su trono improvisado, rodeado de guardaespaldas y modelos drogadas que bailaban de forma sensual a su alrededor.
Entonces, me detuve en el centro de la multitud, abrí el esmoquin sin prisa, saqué la pistola y disparé.
Sin preámbulos, sin pensarlo.
El sonido cortó la música como un cuchillo sobre seda.
La orquesta se detuvo bruscamente y cuando volví a apretar el gatillo, los gritos comenzaron y el infierno se desató.
Los míos disparaban desde los balcones. Uno de los tiradores se llevó por delante a un guardaespaldas de Sergei con una puntería quirúrgica. Otro de mis hombres voló una de las sal