Parte dos:
Los monstruos también aman.
“—¡Día odioso en que recibí la vida! —exclamé con agonía—. ¡Maldito creador! ¿Por qué creaste un monstruo tan horrible que incluso tú me rechazaste con asco? Dios, compadecido, creó al hombre hermoso y atractivo, a su imagen; pero mi forma es un repugnante ejemplo tuyo, más horrible, incluso por su misma semejanza. Satanás tenía a sus compañeros, demonios, que lo admiraban y lo animaban; pero yo soy un solitario y aborrecido Frankenstein”.
Mary Shelley, Frankenstein
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Stephan
La ciudad se extendía bajo mis pies y desde el ventanal de mi despacho, Daimōn parecía dormida, pero yo sabía que nunca descansaba. Que siempre estaba alerta y con malas intenciones. Como yo.
El mármol negro bajo mis botas reflejaba el fuego de la chimenea encastrada en la pared. Había silencio, ese silencio espeso que precede al desastre. Solo se podía oír el crepitar de las llamas y mi respiración pesada.
Las cámaras