El demonio de Daimōn.
Stephan
Daimōn olía a lluvia sucia, pólvora y hierro oxidado.
La ciudad que nunca dormía. Pulsaba como el corazón de monstruo aletargado. Revolcándose en su propio veneno, con las tripas abiertas al cielo y los ojos fijos en la oscuridad. Y esa noche, bajo las sombras alargadas, me entregaba su corona. No por herencia. No por lealtad. Si no porque había aplastado a todos los que se interpusieron en mi camino.
A lo lejos, el Zolotoy Ad aún humeaba. Las torres de mármol blanco, las cúpulas doradas, las esculturas de dioses rusos y ángeles rotos, todo se alzaba como una carcasa vacía. Un templo profanado. Había sangre en los vitrales, Las cortinas de seda eran cenizas y los cadáveres en los jardines de piedra comenzaban a desvanecerse como una pesadilla al amanecer.
Sergei y Yuri ya no respiraban. Y aunque algunos de los sobrevivientes estaban en sus casas y los muertos en sus tumbas, el eco de sus gritos seguía rebotando entre las columnas.
Todavía sentía la máscara contra la piel, pega