Oriana
Stephan, me gustaba mucho su nombre y como era. Apenas si lo conocía, pero me había salvado y tenía un sentido del honor y la lealtad que no esperaba. Además, era todo un caballero a su manera.
Me abrió la puerta del coche y me preguntó varias veces si estaba cómoda o si necesitaba algo.
Mi madre decía que las apariencias engañaban y no podía estar más de acuerdo.
Lo creí un salvaje, sin embargo, Álvaro; un hombre que nació en cuna de oro, necesitaba aprender un par de cosas del chico ruso que apenas hablaba.
—¿Eres rica? —Preguntó, cuando nos abrieron la barrera de ingreso y sonreí.
Para ser honesta, no pude evitar sentirme orgullosa al ver la expresión de Stephan cuando ingresamos al vecindario que parecía sacado de un catálogo de lujo.
Las calles eran amplias y bordeadas por árboles cuyas hojas se mecían por el aire con calma. Los niños jugaban en los espacios de juego y el césped de las enormes casa, se encontraba perfectamente cortado.
—No, no lo soy —admití —. Tenía un tr