NAHIA
La villa se extiende a mi alrededor como una fortaleza silenciosa, sus pasillos mullidos, sus alfombras gruesas, sus muros que retienen cada suspiro, cada escalofrío, y cada paso que doy parece recordarme que nunca he escapado realmente de su mano. Subo las escaleras lentamente, mis bolsas llevadas por un sirviente que desaparece de inmediato, borrado como una sombra bien entrenada, y aquí estoy sola en el piso, mis pasos resonando en el pasillo inmaculado que conduce a mi habitación.
Cuando entro, la luz es tenue, la habitación me espera, amplia, ordenada, casi fría, pero la cama está cubierta con las bolsas que he traído, alineadas como trofeos o pruebas, cada logo, cada cinta brillante recordándome el día transcurrido. Cierro la puerta detrás de mí, me quito los zapatos, mis hombros se relajan un poco. El silencio pesa, pero también me deja respirar, un silencio engañoso, casi dulce, que solo oculta la mordida que se avecina.
Me dirijo al vestidor, mis dedos deslizándose mecá