Capítulo 40 — La espera en el ...
NAHIA
Sus labios no se posan sobre los míos. No aún. Al contrario, retrocede, como para recordarme que él es el único dueño del tempo, que solo recibiré lo que decida concederme. Su mano se detiene un segundo más en mi garganta, luego finalmente la suelta, lentamente, como si desatara una cadena.
Titubeo, inspiro de nuevo, y en ese soplo de libertad, siento que mis piernas me llevan solas. Me escapo. El baño me engulle, refugio de mármol y vidrio. Casi cierro la puerta de un golpe detrás de mí, pero me contengo: demasiado ruido sería una provocación innecesaria. Entonces giro la llave a medias, sin realmente cerrarla, y me apoyo un momento contra la pared fría.
Mi corazón late con fuerza. Mis mejillas arden. Me odio por temblar tanto, por sentir mis muslos pegados por esta humedad que no tiene nada de inocente.
Me lanzo bajo la ducha, el agua cae en cascada hirviente sobre mi piel, luego giro bruscamente el grifo hacia el frío. El agua helada me electriza, casi me abofetea, y busco en