Nahia
Debería haber gritado.
Debería haber gritado, escupirle mi rabia, hacer temblar las paredes, debería haberlo derribado todo, decirle que no, que no es posible, que no lo acepto, que no lo quiero, que no obedeceré. Debería haber gritado hasta que me escuchara, hasta que retrocediera, hasta que entendiera que lo que me quita no es una hora, no es un capricho, es el único hilo que aún me conecta a algo humano.
Él no entiende.
O tal vez entiende demasiado bien.
Se limitó a mirarme, como si supiera de antemano que no iba a decir nada, que me conformaría con tragarme mis palabras, tragarme mi dolor, enterrar mi revuelta bajo sus caricias bien colocadas, bajo sus órdenes susurradas, bajo su manera de deshacerme sin ruido. Él sabía. Me conoce demasiado. Ha leído en mí lo que no me he atrevido a gritar.
Pero lo sentí, en el fondo, la bestia, la bestia dentro de mí que araña, que golpea, que golpea, sentí la ira que sube, el grito que no sale, las uñas que se clavan en mis palmas, las lá