Nahia
No he dormido realmente.
Sólo he estado semiinconsciente entre dos sobresaltos, dos fragmentos de pesadillas sin rostro, donde manos invisibles me arrastraban bajo el agua, me encerraban en sábanas de terciopelo negro.
Me despierto de un salto con la sensación de asfixia. La garganta seca. Las sienes doloridas.
Camila se estira a mi lado, con el cabello desordenado, todavía somnolienta. Bosteza sin pudor y me dirige una sonrisa borrosa.
— Soñé que comíamos churros en una playa en España… ¿y tú?
No respondo.
Esbozo una sonrisa sin dientes y me levanto para ir a la ducha. El agua caliente me resbala por la piel, pero no lava nada. Ni el miedo, ni la noche.
Tampoco lava la vergüenza, ni ese sabor amargo en mi boca. Ese sabor de traición. No hacia él. Hacia mí.
Y hacia ella.
Me apoyo contra el azulejo, con la frente pegada a la pared fría.
Quisiera retroceder en el tiempo. Volver antes de esa noche, antes de ese intercambio, antes de esa llamada.
Pero es demasiado tarde.
He dicho qu