NAHIA
Son casi las tres cuando mi teléfono vibra de nuevo. Esta vez, no es un número desconocido, es Camila.
Me quedo paralizada, los dedos entumecidos, los ojos pegados a la pantalla. Su nombre me quema las retinas. La última persona a la que quiero mentir. La única que no quiero perder.
Descolgo. Su voz me llega como una detonación en la noche helada.
— ¿Nahia?
Parece estar sin aliento.
— ¡Joder, pero estás viva o qué! ¡Ha pasado un día desde que desapareciste!
Cierro los ojos. Una lágrima silenciosa resbala por mi sien.
— Lo siento… he tenido cosas que manejar.
— ¿Cosas? —repite, incrédula—. No tienes idea de lo que he imaginado. Casi llamo a tu madre, o a la policía, o…
Se interrumpe. Inhala.
— No solo no contestaste. Desapareciste. Y eso, Nahia… me asusta.
Me quedo en silencio. Quisiera decirle que yo también estoy asustada. Que a veces siento que ya no me reconozco en el espejo. Pero no tengo fuerzas. Así que murmuro:
— ¿Puedes venir? No trabajo mañana. Necesito verte. Y tú