Los médicos dicen que me quedan apenas tres días, por culpa de una falla hepática aguda. Mi única esperanza es un ensayo clínico, de alto riesgo. Pero mi esposo, David, le cedió la única plaza disponible a Emma, mi hermana adoptiva y madrina de mi hija Emma, cuya enfermedad apenas está en la primera fase. Él asegura que es «la decisión correcta», porque ella «merece más seguir viviendo». Firmé la renuncia a cualquier tratamiento y tragué los analgésicos de alta potencia que me recetaron. El precio: mis órganos se irán apagando hasta que muera. Cuando transferí a Emma la joyería que levanté con cada gota de esfuerzo, mis padres me alabaron: —Así sí eres una buena hermana. Incluso accedí a divorciarme para que David pudiera casarse con ella, a lo cual él me dijo que por fin era «comprensiva». Y, cuando le pedí a mi hija que la llamara «mamá», la niña aplaudió feliz, exclamando: —Emma sí es una mamá dulce y buena. En definitiva, le entregué todos mis bienes a Emma; lo que mi familia vio como algo natural, sin notar nada extraño en mí. Me intriga saber si, cuando reciban la noticia de mi muerte, todavía serán capaces de sonreír.
Leer másTres años después.David llegó del trabajo, se sirvió un trago amargo y se sentó con la foto de Jazmín entre las manos.En la imagen, ella sonreía radiante con un vestido blanco; él sentía que jamás había merecido su amor.Quizá sí lo tuvo, pero lo trató como algo obvio y nunca lo valoró.Desde que Jazmín se fue, su dolor crecía sin límites, hasta dejarlo sin aliento.—¡Deja de vivir como si quisieras morirte! —le espetó Betty, recién llegada de la escuela—. ¿Por qué no la trataste mejor cuando mi mamá seguía viva?—¿Así le hablas a tu padre? ¡Qué falta de disciplina! —David la reprendió.—¿Falta de disciplina? Fácil: haz que regrese mamá y verás cómo “mejoro”.—Tú… —alcanzó a decir él; Betty ya había cerrado la puerta de golpe.David se desplomó en el sofá, desgarrado.“Jazmín, ¿cómo educabas tú a Betty? Vuelve, por favor; esta casa es imposible sin ti.”Durante esos años, los padres de Jazmín vagaron como sonámbulos.La culpa destrozó a su madre, que terminó ingiriendo un frasco de s
—Vaya familia tan “especial”: a la gente de afuera la tratan como hija legítima y a la suya la dejan morir —se burló Bas, el padre biológico de Emma, con una carcajada helada.Terminada la frase, lanzó a los padres de Jazmín un fajo de documentos que detallaban todas las atrocidades cometidas por Emma a sus espaldas.El padre hojeó las pruebas, tembló de rabia y le arrojó el legajo a Emma; los ojos se le encendieron de lágrimas y alzó la mano para golpearla.Lilith lo detuvo con suavidad.—Ya llamé a la policía. Tendrá que responder por homicidio.El hombre rompió en llanto.Con el corazón generoso de Jazmín, Emma fue arrebatándole todo, paso a paso.Ellos no solo no lo advirtieron, sino que la alentaron.Jamás imaginaron que Emma llegaría a envenenar a su hija.Ni siquiera estuvieron con ella cuando murió.Sosteniéndose la cabeza, el padre de Jazmín se dejó caer y sollozó sin consuelo.David, en trance, releía el testamento:todos los bienes de Jazmín habían sido donados, sin dejarles
David volvió a la casa como un fantasma.Se anestesió con alcohol; Betty no se atrevió a acercarse.Quería preguntarle por mamá: intuía que algo terrible había pasado.No se atrevía a imaginarlo; aún no le había contado que ganó el primer lugar en el concurso de danza.Contuvo las lágrimas y observó a su padre beber copa tras copa.David alzó la botella y, al no encontrar ni una gota, la agitó borracho, vacía.De pronto sonó el teléfono.Trastabilló al contestar.—Soy la abogada apoderada de Jazmín. Preséntese con sus documentos; toda la familia debe acudir al despacho.—El testamento de Jazmín se leerá en presencia de los parientes.La voz, gélida, se cortó con un bip seco.David avisó enseguida a sus suegros y a Emma, recién dada de alta.En su oficina, Lilith revisaba la carpeta que Jazmín le había dejado; dentro venía una carta donde le pedía encargarse de todo después de su muerte.Marcó un número, habló brevemente, colgó y se enjugó las lágrimas.Cuando abrió la puerta, David y l
El padre de Jazmín daba vueltas por la sala, visiblemente alterado.La madre lo tocó en el brazo y él volvió en sí.—¿Llamaste a Jazmín?—Sigue apagado… ya van tres días.—No es normal en ella, jamás se desconecta sin avisar.—¿Y si le pasó algo?La inquietud creció en silencio.La última vez que la vieron fue cuatro días atrás, en el hospital: entregó los papeles a Emma y se marchó sin que nadie lo notara.A la mañana siguiente el padre volvió al hospital. Entró de golpe: —¿Ha venido Jazmín?Emma se sobresaltó y frunció el ceño: —¿No se fue de viaje? Desde que me dieron de alta no ha aparecido ni una vez.A la madre le sonó extraño: Jazmín siempre avisaba su paradero; incluso cuando viajaba dejaba mensajes. Pensaba irse cuando Emma la detuvo:—Mamá, ahora que dirijo la empresa de Jazmín necesito cuatro millones para hacer unos prototipos…—Deja el dinero para cuando vuelva —zanjó ella y salió.Emma golpeó la almohada varias veces, consciente de que algo había cambiado en la actitud ma
Recobrando el aliento, marcó directamente el número de Jazmín.—El número que marcó no está disponible.Volvió a llamar, una y otra vez: nada.Al final, el móvil entró en modo apagado.—¡Maldita sea, perra! —gritó, estrellando el teléfono contra el suelo.Creyó que Jazmín se había rendido; no imaginó que solo fingía y guardaba un as bajo la manga.Si no conseguía el dinero, aquel padre parásito divulgaría todos sus secretos.Quedaban David… y los padres de Jazmín.Respiró hondo, recogió el celular y condujo de vuelta al hospital.Media hora después apareció sonriente, saludando con efusividad:—¡Papá, mamá, qué gusto verlos!Como siempre, charlaron de trivialidades.La madre frunció el ceño:—¿Y Jazmín? ¿Por qué hoy no vino?—Me transfirió la empresa y todo lo demás; debe de estar preparando su vuelta al mundo —improvisó Emma—.—Seguramente está reuniendo los papeles de la visa.El corazón le dio un vuelco.—Ya le dijimos que primero mudara tus cosas a su casa de descanso y contratara
¡Pum! La puerta de la habitación se abrió de una patada.Emma, que revisaba el celular recostada en la cama, pegó un brinco; la cara se le puso lívida.La última persona que quería ver acababa de aparecer: su padre biológico, Bas, perdido de su vida hacía más de diez años.—¿Qué haces aquí?Emma se enderezó de golpe, entre el susto y la furia.Bas, apoyado en el marco, dibujó una sonrisa grasienta: —¿Cómo? ¿Ni las gracias por venir a ver a tu papá?—No me provoques —respondió Emma con frialdad—. Me abandonaste en un orfanato y te largaste sin mirar atrás. ¿Ahora vienes a hacerte el padre cariñoso?Bas se encogió de hombros, se dejó caer en el sofá y encendió un cigarro; la estampa del vividor.—No te hagas la digna. Si tu madre no te hubiera mandado con Jazmín antes de morir, jamás habrías colado en esa casa como “la heredera”. Tu vida de rica, al final, me la debes a mí.Exhaló humo, entornó la mirada: —Últimamente el casino me ha ido fatal. Ya conoces la rutina: transfíreme dosciento
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