—¿Y aceptaste?Un pinchazo me atravesó el pecho; aquello me parecía inconcebible.David frunció el ceño, buscando cómo responderme.—Jazmín, como hermana mayor, tú también deseas que se cure, ¿verdad? El tarotista aseguró que, en cuanto se case, su salud mejorará enseguida. Además, sería solo un trámite; no afectará lo nuestro. Seguirás siendo la mamá de Betty, mi esposa. Jamás podría traicionarte.Yo todavía no respondía cuando mi hija me tomó la mano y, alzando su carita, suplicó:—Mami, la madrina Emma está triste… siempre llora a escondidas. ¿Dejas que papá la ayude, por favor?Me quedé helada. Años atrás, entre mis protestas inútiles, insistieron en que Emma fuera la «madrina» de nuestra hija. Hoy ese título los unía más a ella que a mí.Contemplé a ese dúo «padre e hija», con las lágrimas ardiéndome en los ojos, pero me obligué a contenerlas.Él era el hombre al que amé durante años, y ella, la niña por la que arriesgué mi vida. Pero en su mundo, Emma es su familia. Yo so
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