David volvió a la casa como un fantasma.
Se anestesió con alcohol; Betty no se atrevió a acercarse.
Quería preguntarle por mamá: intuía que algo terrible había pasado.
No se atrevía a imaginarlo; aún no le había contado que ganó el primer lugar en el concurso de danza.
Contuvo las lágrimas y observó a su padre beber copa tras copa.
David alzó la botella y, al no encontrar ni una gota, la agitó borracho, vacía.
De pronto sonó el teléfono.
Trastabilló al contestar.
—Soy la abogada apoderada de Jazmín. Preséntese con sus documentos; toda la familia debe acudir al despacho.
—El testamento de Jazmín se leerá en presencia de los parientes.
La voz, gélida, se cortó con un bip seco.
David avisó enseguida a sus suegros y a Emma, recién dada de alta.
En su oficina, Lilith revisaba la carpeta que Jazmín le había dejado; dentro venía una carta donde le pedía encargarse de todo después de su muerte.
Marcó un número, habló brevemente, colgó y se enjugó las lágrimas.
Cuando abrió la puerta, David y l