—Vaya familia tan “especial”: a la gente de afuera la tratan como hija legítima y a la suya la dejan morir —se burló Bas, el padre biológico de Emma, con una carcajada helada.
Terminada la frase, lanzó a los padres de Jazmín un fajo de documentos que detallaban todas las atrocidades cometidas por Emma a sus espaldas.
El padre hojeó las pruebas, tembló de rabia y le arrojó el legajo a Emma; los ojos se le encendieron de lágrimas y alzó la mano para golpearla.
Lilith lo detuvo con suavidad.
—Ya llamé a la policía. Tendrá que responder por homicidio.
El hombre rompió en llanto.
Con el corazón generoso de Jazmín, Emma fue arrebatándole todo, paso a paso.
Ellos no solo no lo advirtieron, sino que la alentaron.
Jamás imaginaron que Emma llegaría a envenenar a su hija.
Ni siquiera estuvieron con ella cuando murió.
Sosteniéndose la cabeza, el padre de Jazmín se dejó caer y sollozó sin consuelo.
David, en trance, releía el testamento:
todos los bienes de Jazmín habían sido donados, sin dejarles