No deberías estar aquí

Sofía abrió la puerta solo un poco, lo suficiente para ver un mechón oscuro y unos ojos intensos.

—Por favor —susurró él—. Déjame pasar antes de que alguien me vea.

Sofía abrió más, sorprendida.

—¿Sebastián… qué haces aquí?

Él entró en un salto rápido, casi chocando con ella cuando cerró la puerta detrás.

—¿Y qué haces tú entrando en la mansión Wood como si fuera tu casa? —preguntó ella, cruzándose de brazos.

—Técnicamente —sonrió él, sin perder la respiración— no lo hago. Si me pillan, me echan de por vida. O me matan. No estoy seguro. Los Wood tienen ese aire.

Sofía soltó un suspiro que no sabía si era risa o exasperación.

—Entonces eres idiota.

—Sí —admitió él, apoyándose en la pared—. Pero tú parecías peor.

La sonrisa ligera de Sebastián contrastaba con la tensión en el pecho de Sofía.

Ella lo miró, notando algo en su expresión que antes no había visto: preocupación real.

—Alguien debería decirte que pareces una persona que nunca ha tenido a nadie preguntándole cómo está de verdad —murmuró Sebastián, bajando la voz.

Sofía parpadeó.

Y sin querer, sintió un nudo en la garganta.

—Estoy bien —mintió.

—No lo estás.

Él se acercó un poco.

No demasiado.

Solo lo justo para no invadirla.

—Te vi salir del comedor esta mañana. Parecías asustada.

Sofía apretó los labios.

—No tiene nada que ver contigo. Por cierto, ¿estabas espiándome? ¿Como has visto lo ocurrido esta mañana?- preguntó sorprendida

—Tienes razón —dijo él—. Pero sé reconocer cuando alguien está viviendo un infierno silencioso. Respecto a lo otro…. - acaricio su pelo mientras reía- Puede que me haya escondido entre algún que otro arbusto…

Sofía bajó la mirada. No tenía muy claro si responder con risa al enterarse que la ha estado observando, si salir corriendo pensando que está obsesionado con ella o si romperse por lo ocurrido durante el día.

-Realmente quieres que te maten- dijo medio sonriente-, eso o se te ha ido la cabeza por completo.

Al pasar unos segundos, su voz se quebró sin que lo esperara pensando en Natalia y luego en lo ocurrido con el señor Robinson.

—Es… complicado.

—¿Eduard?

Ella levantó la cabeza de golpe.

—No —contestó demasiado rápido—. No exactamente. Es… todo.

Sebastián la observó un momento, atento, sin juicio.

—¿Quieres hablar?

Nadie le había ofrecido esa frase en años.

Ni siquiera sus padres adoptivos.

Ni los Wood.

Y antes de pensarlo, Sofía habló.

—Natalia se va a quedar viviendo aquí —confesó—. Y… está empezando a hablarme como si yo fuera… no sé, una especie de asistenta.

Sebastián levantó una ceja.

—Ah. La típica rival con manicura francesa y complejo de reina. Hay una en cada familia rica.

—Ella me odia —murmuró Sofía—. Desde el primer día.

—Claro —dijo él, sin dudar—. Eres más bonita que ella.

Sofía se atragantó.

—¿Qué?

—Solo digo la verdad.

Y ahí, sin querer, ella sonrió.

Solo un poco.

Pero sonrió.

Sebastián la miró como si acabara de ver algo valiosísimo.

—Ahí está —susurró—. Eso que pensé que habías perdido hoy.

Sofía sintió un calor extraño en el pecho.

Se obligó a apartar la mirada.

—No deberías estar aquí —repitió ella, más suave.

—Lo sé. —Él bajó la voz—. Pero algo en tu cara decía “auxilio”.

Sofía lo miró fijamente.

—No necesito que me rescates.

—Entonces permíteme hacer de distracción personal —sonrió él—. Sin capa. Sin superpoderes. Solo buenas intenciones y un poco de encanto natural.

—¿Encanto natural? —Sofía arqueó una ceja.

—Poco, pero lo tengo —bromeó él.

Ella volvió a sonreír.

Y justo en ese momento se escucharon pasos en el pasillo.

Sebastián se puso rígido.

—¿Quién es? —susurró.

—Suena como… —Sofía palideció— Lucas, o un guardia.

—Perfecto —murmuró Sebastián—. ¿Dónde me escondo?

—En el baño.

—¿Y si entran ahí?

—Debajo de la cama.

—¿Parezco un niño de siete años?

—¿Quieres vivir o no?

—Tienes razón. Adiós dignidad.

Sebastián se lanzó hacia la terraza.

Sofía abrió los ojos como platos.

—¡No! ¡Eso da al jardín!

—Mejor que dar con la madre de tu prometido.

—No está aquí— susurró ella— es Eduard el que—

PASOS DETENIÉNDOSE DELANTE DE LA PUERTA.

Los dos se congelaron.

Sebastián abrió los ojos como un gato atrapado.

—Sofía —susurró él, desesperado— no puedo saltar. Está lloviendo.

—Entonces escóndete detrás de las cortinas.

—¿Qué tengo cara de espíritu?

—¡Sebastián!

Pero ya era tarde.

Los pasos se acercaron.

La sombra bajo la puerta se detuvo justo ahí.

Sofía sintió el corazón en la garganta.

Sebastián, en un acto de desesperación absoluta, se pegó a la pared junto al balcón como si fuera parte del mobiliario.

Ella quiso gritarle que era la PEOR idea.

La puerta se abrió de golpe.

Sebastián contuvo la respiración.

Sofía también.

Pero no era Eduard.

Era… Lucas.

—¿Señorita Becker? —preguntó, mirando dentro— ¿se encuentra bien?

Sofía tragó saliva.

—S-sí, solo estaba… pensando.

Lucas asintió, aunque parecía no creerla del todo.

—Si necesita algo, estaré en el pasillo.

—Gracias —sonrió ella, forzada.

Lucas cerró la puerta.

Sebastián soltó el aire, dejándose caer contra la pared con un suspiro exagerado.

—Voy a morir antes de los treinta gracias a ti —murmuró.

Sofía no pudo evitar una pequeña carcajada nerviosa.

—No te pedí que vinieras.

—Lo sé —Sebastián se acercó, más tranquilo—. Pero me alegro de haberlo hecho.

Había algo en su mirada que hizo que Sofía bajara la vista.

No era deseo.

Era… calidez.

Algo que apenas recordaba.

Antes de irse, él sacó algo del bolsillo interior de su chaqueta.

Una pequeña tarjeta negra.

Se la tendió.

—Si alguna vez… necesitas hablar —dijo, serio, sin bromas—. Llámame. A cualquier hora.

Sofía la aceptó.

—Sebastián…

—No digas nada. —sonrió él, ladeando la cabeza—. Ya tendrás tiempo para arrepentirte de conocerme.

Ella no pudo evitar sonreír otra vez.

—Vete antes de que vuelvan a pasar por aquí.

—Como tú ordenes, princesa —bromeó con una reverencia exagerada.

—No soy ninguna princesa.

—Lo sé —Sebastián guiñó un ojo—. Eres más interesante.

Y salió por el pasillo en silencio, con pasos rápidos.

Justo cuando Sofía cerró la puerta, escuchó algo.

Unos pasos firmes.

Un ritmo conocido.

Eduard.

Acababa de doblar la esquina.

Sofía se quedó congelada.

Porque él se detuvo frente a ella.

La miró de arriba abajo.

Miró la habitación.

La ventana abierta.

El aire agitado.

Y dijo, muy despacio:

—¿Qué has hecho, Cenicienta ?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP