La luz del sol entraba tímida por las persianas del apartamento de Nathan, dibujando líneas doradas sobre el piso de madera. Logan todavía estaba medio dormido en el sofá, envuelto en la manta que Nathan le había dejado la noche anterior. Su respiración era tranquila, casi un susurro, y la calma del amanecer contrastaba con la intensidad de la noche que acababan de compartir. Nathan lo observaba desde la cocina, con una sonrisa suave y el ceño apenas fruncido mientras preparaba café.
El aroma a café recién hecho se mezclaba con el olor del pan tostado, y cada pequeño gesto de Nathan hacía que Logan lo mirara de reojo, todavía somnoliento, con una sensación cálida que le subía al pecho. Nathan dejó el café en una bandeja, colocó dos tazas y un par de platos con tostadas y huevos, y luego se sentó frente a él, sin prisa, disfrutando del silencio compartido.
—Buenos días —dijo Nathan con voz baja, apenas un susurro—. Dormiste bien?
Logan arqueó una ceja, esbozando una sonrisa somnol