Era tarde en la noche. Afuera, la ciudad apenas murmuraba, y el resplandor de los faroles entraba débil por las persianas del departamento de Nathan. El reloj marcaba casi las once y media, y en la mesa del salón solo quedaban las tazas vacías de café y un par de hojas llenas de bocetos. Logan estaba inclinado sobre la pantalla del portátil de Nathan sacando su mejor faceta como todo un dibujante profesional, con la mirada concentrada y el ceño ligeramente fruncido.
Nathan lo observaba desde el otro extremo de la mesa, con los brazos cruzados y esa expresión suya —mitad serena, mitad intrigada— que solía aparecer cada vez que se concentraba demasiado.
—Deberías descansar un poco. Sé que te pedí una ayuda en los arreglos de los bocetos pero no es necesario que te canses tanto ahora—murmuró Nathan, rompiendo el silencio.
Logan levantó la vista. Tenía ojeras suaves bajo los ojos, el cabello un poco despeinado y los labios resecos. Aun así, su mirada seguía viva.
—Quiero dejar list