LÍA
Cuando Dalton cerró la puerta tras de mí, todavía sentía el eco de la voz de Elías rebotando en mis nervios. Ese hombre era una amenaza, pero no por las razones que Dalton imaginaba. Elías era solo ruido de fondo; el verdadero peligro estaba al acecho mucho más lejos, en las sombras de un pasado que me negaba a revivir.
No podía. No quería. Temí por mi vida.
Sentí la palma cálida de Dalton en mi brazo, guiándome con esa urgencia suya que era mitad protección, mitad posesión.
— Tenemos que hablar —. Murmuró, sin soltarme. Sabía que era por el tema del compromiso, uno que quería hacer público y en lo cual yo no pensé. Las consecuencias podían ser fatales.
Su tono era grave, decidido, pero no hostil. Era el tono del CEO que está a punto de tomar una decisión irreversible y todavía no lo sabe. Me sentó frente a él, en la silla donde hace apenas unos minutos Elías se había acomodado como si la oficina fuera suya.
— No me gusta esto —. Soltó, frotándose, la mandíbula—. No me gusta tener