DALTON
No podía quitarme de la cabeza la situación tan precaria en la que se encontraba mi asistente. Una moto vieja, una mochila rota, tres cambios de ropa de segunda mano, una mente brillante, y se le había olvidado pasar por Recursos Humanos para un adelanto de su quincena.
Lo único en lo que pensaba era en la manera en como me había abrazado, con un gracias tan genuino en los labios, que me dieron unas inmensas ganas de protegerla ¿Qué era lo que esa niña ocultaba en realidad? Tenía mucho miedo de decirlo, y yo lo único que podía percibir era una mujer fuerte enfrentando con valentía una situación tan cruda.
Decidí casi al instante que le estaría pagando la instancia en el hotel hasta que ella pudiera instalarse bien en un lugar decente. Por ahora tenía otro asunto que resolver, que era como mi dolor de bolas.
Me encerré en mi oficina con una taza de café que sabía más a resignación que a cafeína. Lía acababa de irse rumbo al hotel. Y aunque verla abrazarme con esa mezcla de inoce