Era como si una pesadilla se hubiese convertido de pronto en un cuento de hadas. Suspiró tres veces, poniendo sus manos entre su pecho y animándose con todas las mariposas que revoloteaban en su estómago y se paseaban hasta su corazón. No tardó mucho en ver a Daniel entrando con una fuente con dos tazones de sopa, refresco y cubiertos.
La dejó sobre la cama y se sentó en un brinco a su lado, haciéndole señas con las cejas para que comiera. Y así fue, con una enorme sonrisa en sus labios, se llevó la primera cuchara de la sopa verdosa a la boca, sorbiendo un poco y riéndose otra vez al probarla
Tenía doce cucharadas más de sal, se había olvidado de la carne y las verduras estaban duras, sin cocerse, pero era imposible que no le resultase deliciosa si estaba hecha por él.
—¿Cómo está?
—Riquísima —respondió, tomando otras tres cucharadas con mucho interés.
—Lo sabía, todavía no la he probado, porque quería que tú lo hagas primero, pero ahora le doy el visto bueno.
Daniel se acomodó más y