Trina, una exitosa arquitecta paisajista madrileña, cuya vida, aunque profesionalmente brillante, carece de la pasión que anhela. Su monotonía se ve abruptamente interrumpida cuando recibe una oferta de trabajo inusualmente lucrativa y misteriosa: diseñar los jardines de una vasta y exclusiva finca a las afueras de Madrid. El misterio que rodea al cliente, un hombre de inmensa fortuna y extrema discreción, despierta su curiosidad. El primer encuentro con el enigmático cliente, Alejandro, es una explosión de tensión y deseo. Alejandro, un magnate poderoso y seductor, no solo le ofrece a Trina el proyecto de sus sueños, sino también una proposición indecente: una relación puramente física, sin ataduras ni preguntas, que Trina, a pesar de su inicial resistencia, termina aceptando, arrastrada por una atracción visceral que no puede negar. A medida que sus encuentros clandestinos se vuelven una adicción, Trina comienza a percibir las sombras que rodean a Alejandro. Pequeñas pistas, conversaciones a medias y documentos ocultos revelan una verdad inquietante: la fortuna de Alejandro y su familia está ligada a un oscuro secreto del pasado, la desposesión de la Familia Vargas en Andalucía y conexiones con la temida Corporación Volkov, una red criminal internacional.
Leer másEl aroma a café recién molido y la tenue luz de la mañana madrileña apenas lograban disipar la bruma de cansancio que se aferraba a Trina. Sentada en su estudio minimalista del barrio de Salamanca, rodeada de planos, maquetas y el zumbido constante de su ordenador, intentaba darle forma a un nuevo concepto para un jardín vertical en un hotel boutique. Su vida, a sus treinta y dos años, era una meticulosa coreografía de horarios, reuniones y entregas. Trina era una arquitecta paisajista de renombre, conocida por su visión audaz y su capacidad para transformar cualquier espacio en un oasis de belleza y funcionalidad. Pero, en el fondo, sentía un eco de monotonía. Las relaciones que había tenido eran tan predecibles como los ciclos de las estaciones, y su pasión, esa que volcaba sin reservas en cada diseño, parecía haberse evaporado en su vida personal.
El timbre insistente de su móvil la sacó de su letargo. Era su asistente, Laura, con una voz inusualmente excitada. -Trina, no vas a creer esto. Acaba de llegar una propuesta... es una locura. Trina frunció el ceño, apoyando el lápiz sobre un plano. -¿Una locura buena o mala, Laura? Sabes que estoy hasta arriba con el proyecto del hotel. -Buena, Trina, muy buena. Es para un particular, un proyecto de paisajismo integral para una finca enorme en las afueras de Madrid. Y el presupuesto... es obsceno. La palabra "obsceno" rara vez salía de la boca de Laura, siempre tan profesional. Trina sintió una punzada de curiosidad. -¿Obsceno cuánto? Laura soltó una risita nerviosa. -Digamos que podrías retirarte y vivir de rentas con lo que ofrecen por este trabajo. Pero hay un detalle. -Siempre hay un detalle, Laura. Suéltalo. -El cliente es... extremadamente reservado. No hay nombre en la propuesta, solo un bufete de abogados que actúa en su nombre. Quieren una reunión personal contigo mañana mismo, en la finca. Y exigen confidencialidad absoluta. La palabra "confidencialidad" resonó en la mente de Trina. No era inusual en su campo, especialmente con clientes de alto perfil que valoraban su privacidad. Pero la magnitud del presupuesto y el secretismo la hicieron dudar. -¿Tan grande es el proyecto? ¿O tan... delicado? -No lo sé, Trina. Los planos adjuntos son impresionantes. Es una propiedad histórica, con hectáreas de terreno. Parece que quieren una renovación completa de los jardines, pero con un enfoque muy particular en la privacidad y la exclusividad. Y un plazo de entrega... ambicioso. Trina se levantó y se acercó a la ventana, observando el ajetreo de la calle Serrano. Había algo en la propuesta que la atraía, una especie de desafío que su alma de artista anhelaba. La monotonía de su vida pedía a gritos una sacudida. Y si esa sacudida venía acompañada de una suma de dinero que le permitiera tomarse un respiro o invertir en su propio sueño, ¿por qué no? -Envía los detalles, Laura. Y confirma la reunión para mañana. Laura dejó escapar un suspiro de alivio. -¡Genial! Te enviaré la dirección y la hora. Dicen que un coche pasará a recogerte. Un coche. Ni siquiera le daban la opción de ir por su cuenta. El misterio se profundizaba. Trina sintió una mezcla de emoción y una extraña premonición. Algo le decía que este no sería un encargo más. Esa noche, Trina intentó concentrarse en los planos que Laura le había enviado. Eran bocetos preliminares de una finca que parecía sacada de un cuento de hadas: muros antiguos cubiertos de hiedra, fuentes centenarias, extensos bosques y un palacete que se alzaba majestuoso en el centro. La escala del proyecto era colosal, un lienzo en blanco para su creatividad. Pero la falta de información sobre el propietario la inquietaba. ¿Quién era este individuo tan poderoso y anónimo? ¿Por qué tanto secretismo? Se acostó tarde, con la mente divagando entre diseños de jardines y la imagen borrosa de un cliente sin rostro. La cama se sentía fría, demasiado grande para una sola persona. Hacía tiempo que no compartía su espacio con nadie de verdad, no de la forma en que su cuerpo y su alma anhelaban. Se había refugiado en el trabajo, en la perfección de las líneas y las formas, para evitar la imperfección de las emociones. A la mañana siguiente, un elegante Mercedes negro la esperaba en la puerta de su edificio. El chófer, un hombre corpulento y con un rostro impasible, abrió la puerta trasera para ella. El viaje fue silencioso, el coche se deslizaba por la autopista A-6, dejando atrás el bullicio de Madrid para adentrarse en la campiña. El paisaje cambió de edificios a campos verdes y encinas, hasta que el coche giró por un camino privado flanqueado por altos muros de piedra. Unas imponentes puertas de hierro forjado se abrieron lentamente, revelando un largo camino de grava que serpenteaba a través de un bosque denso. A lo lejos, entre la arboleda, comenzó a vislumbrar la silueta del palacete. Era más grande y más impresionante de lo que los planos sugerían, una joya arquitectónica de siglos pasados, pero con un aire de abandono en sus jardines, como si esperara ser despertada. El coche se detuvo frente a la entrada principal, una fachada de piedra labrada con una majestuosidad sobria. El chófer le abrió la puerta. Trina tomó su maletín con los planos y respiró hondo. El aire era fresco, con un ligero aroma a tierra húmeda y pino. Se sentía como si estuviera a punto de entrar en otro mundo, un mundo donde las reglas de su vida cotidiana no aplicarían. Una mujer de mediana edad, con un uniforme impecable de ama de llaves, la recibió con una sonrisa discreta. -Señorita Trina, bienvenida. El señor la espera en el salón principal. Trina asintió, sintiendo el peso de la expectativa. El interior del palacete era una mezcla de grandeza histórica y una sorprendente modernidad. Grandes salones con techos altos y frescos se alternaban con espacios más contemporáneos, decorados con obras de arte abstractas y mobiliario de diseño. Era evidente que el dueño tenía un gusto exquisito, y una fortuna inmensa.Él no esperó. Sus labios se unieron con intensidad, prometiendo más. Con destreza, exploró cada parte de ella, despertando sensaciones olvidadas, o quizás nunca antes sentidas así por Trina. Él sabía cómo excitarla, cómo llevarla al límite.El estudio resonó con su pasión: roces, gemidos y jadeos. La lluvia golpeaba las ventanas, creando un fondo rítmico para su encuentro.Cuando la hizo suya, Trina sintió una explosión. Su cuerpo se abrió y se rindió. El dolor inicial desapareció, reemplazado por un placer que la hizo gritar su nombre. Él se movió con fuerza, llevándola a un éxtasis total.Se movieron juntos en una danza antigua, buscando la liberación. Trina se aferró a él, arañando su espalda y besándolo desesperadamente. El placer la consumía.El orgasmo la sacudió como una descarga. Gritó y se aferró a Alejandro con fuerza. Él la siguió, su propio grito contenido en su hombro.Exhaustos, cayeron en el sofá. Reinó el silencio, interrumpido solo por sus respiraciones y la lluvia. T
Trina se acercó, midiendo sus movimientos. Este lugar fue concebido como un espacio de recogimiento, un santuario. Se busca una luz suave, un sonido del agua que sea casi imperceptible.¿Qué tal si mi intención es que sea más que un refugio, Trina? ¿Qué tal si deseo que sea un sitio donde uno pueda extraviarse? Donde la oscuridad sea tan atractiva como la luz.Sus miradas conectaron y Trina notó cómo la conversación tomaba un giro hacia lo personal, como era habitual. La oscuridad puede ser riesgosa, Alejandro, dijo quedamente.Solo si se le teme. Pero también puede guardar secretos... y satisfacciones.Él se inclinó sobre la mesa y su rostro quedó muy cerca del de ella. Trina sintió el calor que emanaba de su cuerpo húmedo, la tensión que lo envolvía. La lluvia golpeaba con fuerza los cristales, creando una sinfonía que aumentaba la tensión en el ambiente.¿Qué es lo que busca en realidad, Alejandro?, preguntó Trina en un murmullo.Él esbozó esa sonrisa que la desconcertaba. Busco lo
Vale, aquí va una versión más coloquial del texto:Trina se sintió bien fastidiada. Era una tontería, pero había perdido. Y el tipo lo sabía. Estaban jugando a ver quién manda, y él estaba dejando claro quién era el jefe.Un día, Alejandro la llama a una junta casi a las últimas, cuando Trina ya estaba por irse a su casa.—Necesito que veamos los planos del drenaje de la alberca. Hay algo que no me cuadra —dijo con ese tono que no acepta peros.Trina estaba que se caía de cansancio. Había sido un día matador bajo el sol. —Podríamos verlo mañana, ¿no? —le propuso.—Nop. Lo quiero ver ya. Ahorita sale la luna llena, y la forma en que le da la luz a esa zona es súper importante para cómo va a drenar.La excusa era tonta, pero Trina sabía que no iba a ganar nada discutiendo. Él quería que se quedara, que le dedicara su tiempo y su atención.Se fueron a la zona de la alberca, con el cielo pintándose de naranja y morado por el atardecer. Alejandro la iba guiando por ahí, rozándola a veces s
-No, Alejandro -dijo Trina, con voz más firme-. No esta noche. No así.Él la observó largo rato, sus ojos analizándola, intentando adivinar sus pensamientos. Al final, asintió despacio.-Como desee, Trina. Por ahora.La última frase, por ahora, era tanto una promesa como una amenaza. Un aviso de que no se rendiría.-La llevaré de vuelta a su villa -dijo Alejandro, con un tono más neutro, aunque la tensión seguía ahí.El camino de vuelta fue en silencio. Trina notaba cada movimiento, la cercanía de Alejandro y su perfume. La luna seguía brillando, como testigo de la lucha interna de Trina.Al llegar a la villa, Alejandro abrió la puerta. -Buenas noches, Trina. Que descanse.-Buenas noches, Alejandro -respondió ella, entrando y cerrando la puerta.Se apoyó en la puerta, respirando rápido. Había dicho que no. Pero la victoria no era completa, con un toque de decepción. Aún sentía su piel vibrar por el recuerdo de su tacto.Trina fue al baño y se miró al espejo. Tenía los ojos muy abierto
Alejandro era un anfitrión excepcional, con una increíble cultura y un encanto fascinante. Habló sobre arte, literatura y sus viajes alrededor del mundo. Trina se sintió completamente cautivada por su intelecto, cómo sus palabras se entrelazaban con una aguda inteligencia. Pero, debajo de esa conversación, había un subtexto que siempre estaba presente. Sus ojos la buscaban, sus comentarios parecían tener un doble sentido, y cada vez que sus manos se acercaban para tomar el pan o el vino, el aire se llenaba de una especie de electricidad.—Estoy interesado en su perspectiva sobre la luz y la sombra en el paisajismo —dijo Alejandro, apoyándose en la mesa con los codos, sin apartar la mirada de ella. —La forma en que pueden crear misterio. O revelar... lo que está oculto.Trina sintió que se le subía el color a las mejillas. —La luz puede dirigir la mirada, Alejandro. Y la sombra puede invitar a la imaginación. Es un equilibrio delicado.—Y usted es toda una experta en eso, ¿no es cier
No fue un beso suave, ni tentativo. Fue una explosión. Una colisión de deseo reprimido y una necesidad urgente. Los labios de Alejandro eran firmes, exigentes, devorando los suyos con una ferocidad que la hizo jadear. Su mano se aferró a su nuca, profundizando el beso, arrastrándola a un torbellino de sensaciones.Trina no pensó. No resistió. Solo se dejó llevar por la marea de la pasión. Sus manos se aferraron a los hombros de él, sus dedos apretando la tela de su camisa. El sabor de su boca era embriagador, una mezcla de café y algo más, algo salvaje y primario.El beso se intensificó, volviéndose más profundo, más húmedo, más desesperado. Alejandro la empujó suavemente contra el respaldo del sofá, su cuerpo presionando el suyo, la dureza de su erección palpable contra su muslo. Trina sintió un gemido escaparse de su garganta, una respuesta instintiva al placer que la invadía.Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando, los labios hinchados, los ojos brillantes de deseo.
Último capítulo