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-No, Alejandro -dijo Trina, con voz más firme-. No esta noche. No así.

Él la observó largo rato, sus ojos analizándola, intentando adivinar sus pensamientos. Al final, asintió despacio.

-Como desee, Trina. Por ahora.

La última frase, por ahora, era tanto una promesa como una amenaza. Un aviso de que no se rendiría.

-La llevaré de vuelta a su villa -dijo Alejandro, con un tono más neutro, aunque la tensión seguía ahí.

El camino de vuelta fue en silencio. Trina notaba cada movimiento, la cercanía de Alejandro y su perfume. La luna seguía brillando, como testigo de la lucha interna de Trina.

Al llegar a la villa, Alejandro abrió la puerta. -Buenas noches, Trina. Que descanse.

-Buenas noches, Alejandro -respondió ella, entrando y cerrando la puerta.

Se apoyó en la puerta, respirando rápido. Había dicho que no. Pero la victoria no era completa, con un toque de decepción. Aún sentía su piel vibrar por el recuerdo de su tacto.

Trina fue al baño y se miró al espejo. Tenía los ojos muy abierto
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