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No fue un beso suave, ni tentativo. Fue una explosión. Una colisión de deseo reprimido y una necesidad urgente. Los labios de Alejandro eran firmes, exigentes, devorando los suyos con una ferocidad que la hizo jadear. Su mano se aferró a su nuca, profundizando el beso, arrastrándola a un torbellino de sensaciones.

Trina no pensó. No resistió. Solo se dejó llevar por la marea de la pasión. Sus manos se aferraron a los hombros de él, sus dedos apretando la tela de su camisa. El sabor de su boca era embriagador, una mezcla de café y algo más, algo salvaje y primario.

El beso se intensificó, volviéndose más profundo, más húmedo, más desesperado. Alejandro la empujó suavemente contra el respaldo del sofá, su cuerpo presionando el suyo, la dureza de su erección palpable contra su muslo. Trina sintió un gemido escaparse de su garganta, una respuesta instintiva al placer que la invadía.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando, los labios hinchados, los ojos brillantes de deseo.

-¿Todavía inaceptable, Trina? -susurró Alejandro, su voz ronca, sus ojos fijos en los suyos.

Trina no pudo responder. Solo lo miró, su mente en blanco, su cuerpo ardiendo. El beso había sido una confirmación, una sentencia. Había cruzado la línea. Y ahora, no había vuelta atrás.

La decisión de Trina de aceptar el proyecto, con todas sus cláusulas implícitas, la envolvió en una mezcla de euforia y una ansiedad punzante. Se sentía como una equilibrista en la cuerda floja, con la promesa de una caída espectacular o un vuelo sin precedentes. Los días siguientes transcurrieron en una vorágine de preparativos. Su equipo, ajeno a la "cláusula no escrita", se encargaba de la logística inicial, mientras Trina se sumergía en los detalles del diseño, buscando cada oportunidad para estar en la finca, cerca de Alejandro.

Él, por su parte, mantuvo la distancia, una estrategia calculada que solo avivaba la llama de la curiosidad y el deseo en Trina. Sus encuentros eran breves, profesionales, pero siempre cargados de una tensión subyacente. Sus miradas se cruzaban, sus voces se rozaban, y cada interacción era un recordatorio silencioso de la propuesta que pendía entre ellos.

Una tarde, mientras Trina estaba absorta en la planificación de un sistema de riego para una zona remota de la finca, su teléfono sonó. Era Alejandro.

-Trina. ¿Está libre esta noche?

La pregunta la tomó por sorpresa. Su corazón dio un vuelco. -Depende. ¿Es por el proyecto?

Una risa baja resonó al otro lado de la línea. -Siempre es por el proyecto, Trina. Pero a veces, el proyecto requiere un enfoque más... relajado.

-¿A qué se refiere?

-Quiero invitarla a cenar. Aquí, en la finca. Es una excelente oportunidad para discutir los detalles del diseño de iluminación del jardín principal. Y para conocernos un poco mejor, fuera del horario laboral.

La invitación era una trampa, una invitación velada a cruzar la línea. Trina sintió la adrenalina recorrer sus venas. -No sé si es apropiado, Alejandro.

-¿Por qué no? Somos socios en este ambicioso proyecto. Y creo que es esencial que haya una buena... química entre nosotros. Para el bien del santuario, por supuesto.

Su voz era seductora, envolvente. Trina sintió el tirón. La curiosidad era demasiado fuerte. -De acuerdo. ¿A qué hora?

-A las nueve. No se moleste en ir a su villa. La esperaré en el salón principal.

La llamada terminó, dejando a Trina con el pulso acelerado. No se molestara en ir a su villa. Eso significaba que esperaba que ella se preparara allí mismo, en el palacete. Era una muestra de su control, de su presunción de que ella aceptaría. Y lo había hecho.

Después de un día agotador de trabajo en el exterior, Trina se dirigió a la suite que le habían asignado en el palacete para refrescarse. Era una habitación lujosa, con vistas a los jardines, un baño de mármol y una cama king-size que parecía invitar al pecado. Se duchó, dejando que el agua caliente relajara sus músculos tensos, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía.

Al salir, se miró en el espejo. ¿Qué se ponía para una cena con un hombre que le había propuesto ser su amante? No quería parecer demasiado arreglada, ni demasiado descuidada. Optó por un vestido de seda negro, sencillo pero elegante, que se amoldaba a su figura sin ser revelador. Unos pendientes discretos y un toque de lápiz labial rojo completaron su look. Era un equilibrio entre profesionalismo y una sutil invitación.

A las nueve en punto, Trina bajó al salón principal. Alejandro ya estaba allí, de pie junto a la chimenea, con una copa de vino tinto en la mano. Vestía una camisa de seda oscura que acentuaba sus hombros anchos y unos pantalones de vestir impecables. Su cabello, ligeramente más largo de lo habitual, caía sobre su frente con una elegancia despreocupada.

Al verla, sus ojos se encendieron con una chispa de admiración. Recorrió su figura de arriba abajo, una mirada lenta y posesiva que la hizo sentir desnuda bajo su escrutinio.

-Está deslumbrante, Trina -dijo Alejandro, su voz grave, un susurro que la envolvió.

-Gracias. Usted también.

Él le ofreció una copa de vino. -Ribera del Duero. Cosecha especial.

Trina tomó la copa, sus dedos rozando los suyos. El contacto, aunque mínimo, envió un escalofrío por su brazo. El vino era robusto, con un sabor profundo que se extendía por su paladar.

-¿Y bien? ¿Estamos listos para hablar de la iluminación del jardín principal? -preguntó Trina, intentando aferrarse a la excusa de la cena.

Alejandro sonrió, esa media sonrisa que la desarmaba. -Por supuesto. Pero antes, permítame mostrarle el comedor.

La cena fue una experiencia surrealista. El comedor era una sala impresionante, con una larga mesa de madera maciza y candelabros de cristal que proyectaban una luz suave. La comida, preparada por un chef privado, era exquisita, cada plato una obra de arte culinaria. Pero la verdadera tensión no estaba en la comida, sino en la conversación.

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