La noche se había deslizado como una seda sobre la ciudad, y en el interior del penthouse, los ventanales reflejaban las luces lejanas de los edificios mientras Cristhian y Pamela compartían una copa de vino en la terraza. El aire fresco les envolvía con una calidez extraña, como si la ciudad les diera una tregua después de los días intensos vividos.
—¿Sabes? —murmuró Cristhian, mirándola de perfil—. A veces pienso que fuiste enviada para poner luz en mis sombras.
Pamela sonrió, apoyando la cabeza en su hombro.
—Entonces puedes seguir llamándome así, Luz. Aunque tú sigues siendo un misterio para mí, Sombra.
Ambos rieron suavemente, creando un nuevo juego privado, una especie de clave emocional que los acercaba aún más.
—Prométeme que si un día me pierdo… vendrás a buscarme —dijo ella, casi en un susurro.
Él giró el rostro, tomó su barbilla con dulzura y respondió con firmeza:
—Antes de que eso suceda, me encargaré de que el mundo entero sepa que tú eres mía, Luz. Y que nadie se atreva