Esa noche durmieron juntos, aunque dormir era un decir. Pamela se acurrucó contra el pecho de Cristhian, sintiendo cómo su respiración era el único metrónomo que podía calmar su mente. Pero ni siquiera la calidez de su piel evitaba los pensamientos oscuros que se colaban por las rendijas del alma.
A la mañana siguiente, Pamela decidió que era momento de tomar el control de su narrativa. No podía detener su vida por miedo. Así que se vistió con un conjunto sobrio pero elegante, recogió su carpeta de planos de Étoile y se dirigió al local acompañada por uno de los guardias que Cristhian había asignado discretamente.
El arquitecto la esperaba con buenas noticias: los permisos de remodelación habían sido aprobados y podrían comenzar en una semana. Pamela, entre cafés y sugerencias de diseño, volvió a experimentar esa chispa creativa que tanto necesitaba. Su escuela no era solo un proyecto, era un refugio. Un símbolo de resistencia.
Mientras revisaban las instalaciones, se detuvo frente a