Después de bañarse, Nathan se marchó sin muchos rodeos, alegando que tenía cosas pendientes por hacer. América, en cambio, permaneció encerrada en su habitación, luchando con una maraña de pensamientos que no la dejaban en paz.
Se sentó sobre la cama con la vista clavada en ningún punto específico, repasando una y otra vez los hechos de aquel día. Sentía como si su mente estuviera atrapada en un bucle de confusión y tristeza.
—Me fue infiel... y yo lo premié teniendo sexo con él —susurró para sí misma, sintiendo cómo las palabras se le incrustaban como agujas en el pecho.
La realidad la golpeaba sin piedad: Patricia estaba embarazada, y ella, América, se había entregado al hombre que la había traicionado. No podía seguir así. Tenía que dejarlo. ¿Qué clase de vida era esta? ¿Dónde quedaba su dignidad?
—Tengo que dejarlo... no puedo permitir que mi esposo tenga un hijo con otra y yo aquí, fingiendo que nada pasa. No puedo seguir haciendo esto —se decía, entre lágrimas que ya no lograba