La batalla había terminado, pero el eco de los gritos y el sonido de los cuerpos cayendo seguían retumbando en mi mente. El aire aún estaba cargado con el aroma metálico de la sangre, y la sensación de la victoria me resultaba amarga. Kian había salido de allí con vida, sí, pero no sin heridas. Y esas cicatrices, tanto físicas como emocionales, eran un recordatorio constante de que la lucha nunca había sido solo por poder, sino por algo mucho más grande: nuestra supervivencia.
Pero a pesar de que el enemigo había caído, algo dentro de mí seguía sintiendo que habíamos perdido. No sabía si era la sensación de no estar completamente en paz conmigo misma, o la incertidumbre que colgaba sobre mi relación con Kian. Las dudas crecían con cada día que pasaba, y mi corazón no podía dejar de preguntarse si este mundo, el mundo