El aire estaba impregnado de una tensión insoportable. El cielo, teñido de un gris plomizo, parecía reflejar la tormenta que se desataría en breve. No era solo la guerra lo que nos esperaba, sino el enfrentamiento con nuestras propias sombras, con los demonios del pasado que, por fin, habían salido a la luz. El día de la batalla había llegado, y con él, la última oportunidad para poner fin a todo lo que nos había perseguido.
Kian y yo nos habíamos entrenado para este momento durante semanas, pero sabía que ninguna preparación podría salvarnos si no enfrentábamos nuestras emociones, esas que aún mantenían el control de nuestra relación. La manada estaba lista, pero no solo luchaban por la supervivencia, sino por un futuro que aún parecía incierto.