Elisa
Cuando escuché su voz al teléfono, supe que algo había cambiado. No era el tono firme ni la seguridad calculada a la que Alexander me tenía acostumbrada. Era otra cosa. Algo quebrado. Como si una parte de él se hubiera rendido y, al mismo tiempo, encontrado el valor para hacer lo correcto. Esa mezcla extraña de derrota y honestidad me desarmó antes incluso de abrirle la puerta.
No le hice preguntas. Solo me aparté y lo dejé entrar. Tenía las manos cerradas en puños, y sostenía un sobre entre los dedos, como si le costara soltarlo. Me senté en el sofá mientras él permanecía de pie, respirando con dificultad. Durante varios segundos, ninguno de los dos dijo nada. Solo el zumbido sutil del refrigerador llenaba e