Alexander
La puerta seguía cerrada. Inamovible. Inquebrantable. Como Elisa.
Habían pasado dos días desde que se fue de mi departamento. Dos días desde que la última palabra que me dijo fue “no me sigas”. Y eso hice. Por respeto, por miedo, por cobardía. Tal vez las tres.
Pero la culpa me carcome. No puedo evitar pensar que acabo de repetir el peor patrón de mi padre: decidir por los demás en nombre de un supuesto “bien mayor”. Encubrir la verdad, minimizar daños, y sobre todo… controlar.
Creí que ocultándole parte de la grabación la protegía. La realidad es que estaba protegiéndome a mí. D