Elisa nunca imaginó que la propuesta más absurda de su vida llegaría de los labios de Alexander Lancaster, el frío y despiadado CEO cuya mirada podía congelar el infierno. Casarse con él no estaba en sus planes, pero cuando la tentadora oferta llega junto con la promesa de salvar a su familia de la ruina, no puede decir que no. Para Alexander, el matrimonio es solo un trámite. Su abuelo moribundo desea verlo casado antes de partir, y Elisa es la candidata perfecta: una mujer sin poder, sin conexiones y, lo más importante, sin la capacidad de hacerle sentir nada. Pero lo que comienza como un simple contrato se convierte en una guerra de voluntades, miradas encendidas y sentimientos que nunca debieron existir. Elisa no está dispuesta a ser una marioneta en la vida de Alexander, y él, acostumbrado a tener el control absoluto, descubre que domarla no será tan fácil como pensaba. Cuando los secretos comienzan a salir a la luz, cuando el deseo se mezcla con la traición y el amor se convierte en un campo de batalla, ambos tendrán que enfrentarse a la pregunta que nunca pensaron hacerse: ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para no perderse el uno al otro? Un romance electrizante donde el odio y la pasión caminan de la mano, y donde el amor no siempre sigue las reglas. 🔥❤️
Leer másAlexanderNo supe qué sentir cuando Elisa me llamó esa mañana.Fue un mensaje corto, sin más palabras que “necesito verte”. Ni un reproche, ni una súplica. Solo esa frase, colgando en la pantalla como una cuerda tensa entre dos precipicios.Y ahí estaba yo, parado frente a la oficina antigua de mi madre, con el corazón latiendo demasiado rápido para alguien acostumbrado a las crisis. Aún tenía en la mano la carta que Elisa me había dejado en el buzón. No la había respondido. No podía. Porque sus palabras —cuidadosas, racionales y devastadoramente sinceras— me habían desmontado desde la raíz. Pero a&u
ElisaEl silencio, cuando es elegido, puede ser un refugio. Pero cuando es impuesto por el dolor, se convierte en un castigo. Y llevo días castigándome.Desde que salí del departamento de Alexander, me encerré en casa de mis padres. No para esconderme del escándalo mediático que crece como hiedra venenosa en las redes, sino para esconderme de mí misma. De mis emociones. De mis contradicciones.Apagué el teléfono. Cancelé las reuniones. No he vuelto a la biblioteca ni he respondido mensajes de colegas. Sé que no puedo permanecer así por siempre, pero necesito entender qué parte de mí sigue queriendo confiar en Alexander, y cuál quiere huir de todo lo que representa.
AlexanderLa puerta seguía cerrada. Inamovible. Inquebrantable. Como Elisa.Habían pasado dos días desde que se fue de mi departamento. Dos días desde que la última palabra que me dijo fue “no me sigas”. Y eso hice. Por respeto, por miedo, por cobardía. Tal vez las tres.Pero la culpa me carcome. No puedo evitar pensar que acabo de repetir el peor patrón de mi padre: decidir por los demás en nombre de un supuesto “bien mayor”. Encubrir la verdad, minimizar daños, y sobre todo… controlar.Creí que ocultándole parte de la grabación la protegía. La realidad es que estaba protegiéndome a mí. D
ElisaCuando Alexander me entregó la mochila, sus manos temblaban ligeramente. Lo noté, aunque trató de disimularlo con esa mirada suya, tan firme y severa, como si pudiera controlar hasta el más mínimo gesto de su cuerpo. Pero no podía ocultarme todo. No esta vez.Puso los documentos sobre la mesa de su departamento, ordenándolos como si armaran una especie de rompecabezas siniestro. Yo observaba cada hoja, cada fotografía amarillenta, cada nombre subrayado con rojo. Sentía cómo la realidad volvía a moverse bajo mis pies, como si en lugar de piso caminara sobre una cuerda floja.Las pruebas estaban ahí. Irrefutables. El nombre de mi abuelo aparecía en los informes de transferencias,
AlexanderEl silencio del amanecer tenía un peso extraño aquel día. El cielo aún no terminaba de definirse entre el azul y el gris, y el aire olía a tierra mojada, como si el universo presintiera que algo antiguo estaba a punto de desenterrarse. El sobre de la carta seguía sobre el asiento del copiloto, cerrado, pero no por eso menos presente. Había releído esas páginas tantas veces que cada palabra estaba tatuada en mi memoria.Fue esa carta la que me condujo hasta aquí, a la vieja casa de campo de los Blackwell, una propiedad abandonada desde la muerte de mi padre y que nadie se había atrevido a tocar desde entonces. La mansión se alzaba entre los árboles como un fantasma dormido, cubierta por enredaderas secas y rodeada de un jard&i
ElisaCuando escuché su voz al teléfono, supe que algo había cambiado. No era el tono firme ni la seguridad calculada a la que Alexander me tenía acostumbrada. Era otra cosa. Algo quebrado. Como si una parte de él se hubiera rendido y, al mismo tiempo, encontrado el valor para hacer lo correcto. Esa mezcla extraña de derrota y honestidad me desarmó antes incluso de abrirle la puerta.No le hice preguntas. Solo me aparté y lo dejé entrar. Tenía las manos cerradas en puños, y sostenía un sobre entre los dedos, como si le costara soltarlo. Me senté en el sofá mientras él permanecía de pie, respirando con dificultad. Durante varios segundos, ninguno de los dos dijo nada. Solo el zumbido sutil del refrigerador llenaba e
Último capítulo