Alexander
Nunca me imaginé que una fotografía polvorienta, olvidada en el rincón más discreto de mi estudio, sería el detonante de una guerra interna que ahora amenaza con llevarse todo por delante.
La imagen me persigue desde que Elisa la encontró. Puedo verla en sus ojos cada vez que me mira: no solo está herida, está decepcionada. Y eso, por alguna razón que todavía no alcanzo a comprender del todo, duele más de lo que debería.
El apellido que llevo, el imperio que he ayudado a sostener desde que era un adolescente lleno de corbatas y ambición, ya no es un símbolo de orgullo. Ahora lo siento como una soga alrededor del cuello. Cada paso q