ALEXANDER
Elisa no me mira.
Está sentada en el sofá de la biblioteca, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el ventanal. Hay una tensión en su postura, una rigidez que grita todo lo que no me está diciendo.
Ojalá pudiera decir que estoy acostumbrado a la hostilidad, pero no cuando viene de ella.
Apoyo las manos en los bolsillos y exhalo.
—Voy a contarte todo.
Ni un parpadeo. Ni un movimiento.
—No quiero medias verdades —su voz es fría, m&a