No sé cómo logré llegar al comedor con las flores aún en las manos. En algún punto del trayecto, arranqué uno de los tulipanes sin darme cuenta y lo dejé caer en el pasillo. Me sentía como una novia zombie huyendo de su propia boda.
Me senté en una de las mesas del fondo, esa donde nadie se atreve a molestarme porque suele estar cubierta de libros, apuntes, o alguna taza con restos de té negro y ansiedad. Crucé los brazos sobre la mesa, apoyé la frente en ellos, y traté de desaparecer del plano existencial.
Fue inútil.
—¿Se puede saber qué demonios fue eso? —preguntó Jenny con tono teatral, dejándose caer frente a mí como si llegara a interrogar a una criminal.
—¿Podemos hablar de la desastroza escena con los tulipanes blancos? —añadió Andy, sentándose a su lado con una galleta en la boca y una ceja levantada.
Sol llegó con una bandeja de ensalada y un smoothie de mango. Siempre tan equilibrada, tan fit, tan frustrantemente funcional. Dejó su comida, me miró con compasión de abuel