Esa noche, fui secuestrada.
No literalmente, aunque Andy hizo sonar el claxon frente a mi casa con la emoción de una pirata que ha encontrado un botín, mientras Sol bajaba de su auto con una bolsa de ropa y maquillaje como si fuera Mary Poppins versión influencer.
—¡Cambio de look urgente! —gritó Andy al entrar a mi habitación sin pedir permiso.
—No necesito cambiar mi apariencia —dije, cruzando los brazos.
—Claro que no —respondió Sol—. Pero tus suéteres tienen tanta tristeza acumulada que podrían usarse como evidencia en un caso de depresión colectiva.
Jenny se sentó en mi cama y me miró con seriedad.
—Solo queremos ayudarte. No puedes cargar sola con lo que sea que esté pasando. Y si no puedes contarnos todo, al menos déjanos equilibrarte un poco. ¿Vale?
Suspiré.
—¿Qué tengo que hacer?
Las tres se miraron, como brujas conspirando en luna llena listas para un ritual de transformación.
—Vamos al bar. Esta noche. Y tú —dijo Andy, apuntándome con una brocha de rubor— vas a cumplir esa