La impotencia

Lloro de impotencia en el juzgado. Molesta e irritada. Como dijo Dante, tuve que hacerme análisis de sangre para confirmar que Martín me había drogado.

Sus preguntas fueron crueles y duras. Tuve que desmentir cosas y hablar de lo que sucedió.

Ahora estoy en el coche con él. Lloro mientras le cuento todo lo que pasó. Él me observa en silencio, acariciándome la espalda mientras me desahogo.

El hipo me ataca. Me limpia la cara con una servilleta.

—No tienes por qué llorar. Yo estoy aquí —me dice con voz baja.

Hago un puchero. Él se inclina y me da un beso en la frente.

Ha pasado toda una semana. No sé cuántas veces lo hacemos al día... Lo hacemos cuando viene del trabajo, cuando está de paso, incluso cuando salimos. Es como si el sexo fuera su forma de aferrarse a mí.

Aunque ha estado muy ocupado con lo del bar, me mostró cómo va quedando. Me sorprendió lo rápido que avanza la construcción.

Pero, aun así, está tenso. No sé si es por las ocupaciones o por otra cosa, pero se mantiene ríg
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