Hyeon caminó por el pasillo sin rumbo, con la vista nublada, el corazón en la garganta y el cuerpo al borde de una explosión.
Ren…
Su Ren.
¿Era verdad que lo había marcado sin saberlo?
¿Y ahora tenía que perderlo?
—¿Y tú? ¿No vas a comer con Hyeon hoy? —preguntó Daewoo mientras mordía su emparedado.
Ren forzó una sonrisa y sacudió la cabeza.
—Dijo que tenía que hablar con el rector —respondió, bajando la vista a su bandeja de comida.
Su amiga arqueó una ceja.
— ¿Otra vez? ¿Qué hizo esta vez? ¿Pintó otro salón con grafitis o peleó con otro profesor sin querer?
Los demás rieron, menos Ren. Porque aunque lo disfrazara bien, había un nudo en su garganta.
Hyeon había cambiado. Desde esa mañana, desde que despertaron enredados bajo la sábana de la casa del árbol, él no había vuelto a mirarlo igual.
Hyeon lo esperaba.
De pie en la esquina detrás del pabellón viejo, con la espalda contra la pared y las uñas destrozadas entre sus dientes. Su mirada, normalmente firme, estaba perdi