Cristian era todo lo opuesto a su padre. Un joven tranquilo que solo tenía ideas de montar su propia empresa algún día. Mientras que su padre intentaba meterlo en la mafia que lo vio nacer. Lo que al principio parecía un juego excitante y peligroso pronto se convirtió en una condena de por vida. En ese mundo de traiciones y sangre, conoció a Vittorio Carbone, un joven arrogante y despiadado que se creía intocable. Vittorio era un dios en su propio imperio, pero detrás de su mirada de hielo ocultaba secretos que nadie más se atrevía a descubrir… hasta que Cristian llegó a su vida. Entre las sombras de la mansión Carbone, cuando el peligro dormía y el silencio reinaba, sus cuerpos hablaban un lenguaje prohibido, hecho de deseo y secretos inconfesables. Pero en la mafia, el amor es un lujo que pocos pueden permitirse… y un error que podría costarles la vida. ESTE ES EL LIBRO 3 DE LA TRILOGÍA OBSESIÓN LETAL. LEER LIBRO 1 Y 2 PRIMERO
Leer másCristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.
Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante. Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, sintió una mirada clavada en él. —¿Por qué llegas tan tarde? —susurró una voz femenina a su lado. Cristian mantuvo la vista fija en el frente, fingiendo no haber escuchado. —No me mires —respondió en voz baja, sin girar el rostro. La chica soltó un suspiro, pero no se rindió. —Te voy a prestar los apuntes, Cristian. No tienes que ser tan seco —dijo con una leve sonrisa en los labios. Antes de que él pudiera responder, una voz firme interrumpió el murmullo. —Malena, ¿sucede algo que quieras compartir con la clase? El profesor Rosalba se había girado, sus ojos oscuros observaban con severidad a la joven. El aula entera quedó en silencio, expectante. Malena bajó la mirada de inmediato, sintiéndose expuesta. —Lo siento mucho, señor Rosalba —se disculpó rápidamente, lanzándole una mirada de reojo a Cristian, quien permanecía impasible. El profesor fijó su atención en él, analizándolo con una expresión inescrutable antes de hablar nuevamente. —Por cierto, señor Soto, necesito que pase a verme después de clases. Cristian no reaccionó más de lo necesario. Simplemente asintió, aunque por dentro se preguntaba el motivo de aquella petición. El profesor Rosalba no solía llamar a los alumnos a su despacho sin razón. El hombre se giró de nuevo hacia la pizarra y retomó la lección, dejando a Cristian con un ligero malestar en el pecho. No le gustaba recibir órdenes, mucho menos de alguien que no conocía del todo. Malena le dio un pequeño codazo. —¿Qué hiciste? —preguntó en un susurro apenas audible. Cristian exhaló con desgana. —Nada —respondió, aunque en su mente comenzaba a preguntarse si realmente era así. Cuando sonó la campana indicando el final de la clase, Cristian no se apresuró en recoger sus cosas como los demás. Observó con calma cómo los estudiantes se iban dispersando, algunos quedándose a discutir la lección y otros marchándose con prisa. Malena se inclinó sobre su escritorio, apoyando los codos en la superficie. —¿Vas a ir —No tengo opción —murmuró él, deslizando sus libros bajo el brazo nuevamente. Ella sonrió. —Suerte entonces. Si necesitas un abogado, llámame. Cristian rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. Sin más, salió del aula y caminó por los pasillos en dirección al despacho del profesor Rosalba. La puerta estaba entreabierta cuando llegó. Tocó dos veces antes de escuchar la voz del docente llamándolo a pasar. El despacho era un espacio amplio pero sobrio, con estanterías llenas de libros y un gran ventanal que dejaba entrar la luz de la tarde. El profesor Rosalba estaba sentado detrás de su escritorio, hojeando algunos documentos antes de levantar la mirada hacia él. —Siéntese, señor Soto. Cristian obedeció sin decir nada. Apoyó los libros sobre su regazo y esperó. El profesor cerró la carpeta que tenía en las manos y entrelazó los dedos sobre el escritorio. —He leído sobre usted. Cristian mantuvo su expresión neutral, aunque por dentro sintió un ligero escalofrío. —¿Sobre mí? —repitió. —Sobre su padre, para ser más preciso. Manuel Soto fue un hombre… particular —dijo el profesor, eligiendo sus palabras con cuidado—. Y ahora usted ocupa su lugar, ¿no es así? Cristian no respondió de inmediato. Había algo en el tono del profesor que le incomodaba, como si supiera más de lo que aparentaba. —No sé de qué me habla —dijo finalmente. El profesor sonrió levemente, pero no con burla, sino con comprensión. —No tiene que preocuparse, señor Soto. No estoy aquí para juzgarlo, ni para entrometerme en asuntos que no me corresponden. Solo quiero asegurarme de que entiende algo: la universidad es un lugar distinto. Aquí, no importa quién sea afuera. Aquí, usted es solo un estudiante. Cristian inclinó ligeramente la cabeza, evaluando sus palabras. —Lo entiendo. El profesor asintió, satisfecho con la respuesta. —Bien. Eso era todo. Puede retirarse. Cristian se puso de pie, tomando sus libros nuevamente. Cuando estaba a punto de salir, el profesor agregó: —Ah, y señor Soto… Espero verlo más seguido en clase y sin retrasos. Cristian sonrió de lado antes de girarse y salir del despacho. Caminó por los pasillos con paso firme, pero en su interior, algo le decía que aquella conversación había sido más que una simple advertencia. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que el profesor Rosalba no había dicho todo lo que realmente pensaba.Sean se quedó de pie por un instante, observando el abrazo entre Jin y Vittorio. Una emoción dulce le recorrió el cuerpo. Luego, con una sonrisa leve, se giró hacia la cocina abierta del departamento.—Voy a preparar algo de cenar. Este encuentro lo merece —anunció, sacándose la chaqueta y arremangándose la camisa mientras caminaba hacia los gabinetes—. Aunque no prometo un banquete, haré lo mejor que pueda.—Con que no sea veneno —dijo James, medio en broma.—Eso depende de cuántas veces me vuelvas a dejar con el corazón en la garganta —replicó Sean desde la cocina, ya sacando ingredientes.Vittorio se acomodó en el sofá con Jin sentado en sus piernas, jugando con uno de sus anillos. Su mirada se fue hacia James, pensativa, inquisitiva.—James… ¿y los padres biológicos de Jin? ¿Sabes algo de ellos?James tragó saliva, apoyándose contra la pared. Asintió con lentitud.—Sí. Sabemos quién es su padre… Riso Carleoni.El rostro de Vittorio cambió. La calidez se borró por un instante, reem
James abrió la puerta del departamento y dejó entrar primero a Vittorio y a Cristian. Apenas cruzaron el umbral, Sean se levantó de golpe del sofá. Tenía el rostro tenso, los ojos enrojecidos, y el teléfono apretado en la mano. En cuanto vio a James, corrió hacia él y se abalanzó sobre sus brazos, abrazándolo con fuerza, casi con desesperación.—¡Por Dios, James! ¿Por qué demoraste tanto? —murmuró Sean contra su pecho—. Me tenías al borde de un ataque...James lo rodeó con sus brazos sin decir una palabra, apretándolo con fuerza.—Estoy aquí —susurró, cerrando los ojos por un instante.Del fondo del pasillo, Liam apareció descalzo, con el cabello revuelto y la mirada alerta. Se detuvo al ver a Cristian entrar de la mano de Vittorio. Sus ojos se agrandaron y, sin pensarlo, soltó un suave:—Papá...Y entonces corrió. No esperó explicaciones, no pensó en el pasado ni en los silencios. Se lanzó directo a Cristian y lo abrazó con fuerza, rodeándole el torso como si quisiera fundirse con él
Se levantó del sillón y comenzó a caminar lentamente por la sala, como si reviviera cada segundo.—Ella era la hija del poderoso Señor Martín, amigo de mi padre. Inteligente. Hermosa. Ambiciosa. Y sobre todo, devota del poder. Me casé con ella como un prisionero que firma su sentencia. Pero jamás dejé de ver a Cristian. Nos seguíamos viendo en secreto. Nos encontrábamos en lugares remotos, como adolescentes desesperados. Cada beso era una guerra ganada. Cada noche juntos era un desafío al infierno.—¿Y Sofía lo supo? —preguntó James, sin poder contenerse.Vittorio asintió, con la mirada dura.—Claro que lo supo. Siempre lo supo. Pero al principio le convenía callar. Mientras tuviera mi apellido, mi dinero y mi familia detrás, le daba igual a quién amara yo en secreto. Pero con el tiempo... se hartó. O tal vez se enamoró de mí, quién sabe. Lo cierto es que una noche, me atreví, estuviste con Cristian en nuestra propia habitación, ellas nos vió.—Vittorio se detuvo y miró a su hijo direc
James lo miró con los ojos húmedos, sintiendo que toda la rabia contenida durante años se revolvía dentro de él.—Entonces dime. Dímelo todo. Porque si vine hasta aquí… es para escuchar la verdad. De una maldita vez.Y Vittorio asintió, despacio. Con la mirada cargada de una historia que aún no había sido contada.—Entra. Esto no es algo que se diga en medio del frío… ni de pie.El interior de la cabaña estaba bañado por una luz tenue, cálida, proveniente de un par de lámparas de aceite que creaban sombras danzantes en las paredes de madera. El lugar era modesto, casi austero, pero estaba limpio y organizado, como si alguien hubiera dedicado años a hacerlo habitable en medio del olvido. Había una mesa de madera envejecida en el centro, dos sillones gastados frente a una chimenea apagada, y una pequeña repisa con libros desordenados y una radio antigua.James entró con cautela, aún con el pecho agitado por el encuentro, pero fue entonces cuando lo vio.Cristian estaba allí. De pie, al
Sean lo miró, preocupado, y cuando James se giró para caminar hacia la puerta, lo alcanzó rápidamente. Con una mano, lo detuvo suavemente, tomando su brazo con firmeza.—¿Qué harás, James? —preguntó, su voz cargada de temor. La intensidad en los ojos de James era palpable, como si llevara una tormenta en el pecho.James suspiró, con la respiración entrecortada, y sin mirar atrás, dejó que la mano de Sean lo tocara.—Necesito ver a mi padre, Sean —respondió con determinación—. Iré solo.Derek, que había permanecido callado, se adelantó y puso una mano en el hombro de James, con una expresión seria y grave.—No puedes ir solo —dijo, con voz firme. Pero sabía que no importaba lo que dijera. James ya había tomado su decisión, y ese fuego en sus ojos no podía ser apagado.James levantó la mirada, limpiándose las mejillas con brusquedad. Estaba agotado, pero su resolución no temblaba.—Tengo que hacerlo, Derek —respondió, su voz cargada de una tristeza profunda, pero clara—. Se lo debo, a m
James levantó la mirada lentamente, clavando los ojos en su madre. La tensión en la sala era tan densa que nadie se atrevía a respirar.—¿Qué quieres decir con que Vittorio no me haría daño? —preguntó, con la voz baja, tensa, contenida—. ¿Estás defendiendo al hombre que me tendió una trampa hace unos años? ¿Al mismo que casi me mata a mí y a Sean en aquel centro comercial? Por favor. Vittorio no quería aceptar lo que él mismo era. Homosexual Sofía lo miró, sin retroceder, pero algo en su rostro se quebró. La máscara de calma se resquebrajó por primera vez.—James...—¡Dilo! —gritó, dando un paso al frente—. ¡Dilo de una maldita vez! ¿Qué estás ocultando? ¿Desde cuándo?—Desde que tú tenías diecisiete años —confesó ella, bajando la mirada como si el peso de esa frase la hundiera.El silencio se hizo pedazos. Todos se quedaron congelados. James palideció.—¿Qué cosa?—El día que fuiste atropellado —continuó Sofía, con la voz temblorosa—. Estuviste horas en coma. Los médicos no sabían
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