Cristian era todo lo opuesto a su padre. Un joven tranquilo que solo tenía ideas de montar su propia empresa algún día. Mientras que su padre intentaba meterlo en la mafia que lo vio nacer. Lo que al principio parecía un juego excitante y peligroso pronto se convirtió en una condena de por vida. En ese mundo de traiciones y sangre, conoció a Vittorio Carbone, un joven arrogante y despiadado que se creía intocable. Vittorio era un dios en su propio imperio, pero detrás de su mirada de hielo ocultaba secretos que nadie más se atrevía a descubrir… hasta que Cristian llegó a su vida. Entre las sombras de la mansión Carbone, cuando el peligro dormía y el silencio reinaba, sus cuerpos hablaban un lenguaje prohibido, hecho de deseo y secretos inconfesables. Pero en la mafia, el amor es un lujo que pocos pueden permitirse… y un error que podría costarles la vida. ESTE ES EL LIBRO 3 DE LA TRILOGÍA OBSESIÓN LETAL. LEER LIBRO 1 Y 2 PRIMERO
Leer másHayami despertó un poco mareada, frotó sus ojos tratando de enfocar su vista; sentía que su cabeza daba mil vueltas. Pensó que aún seguía un poco ebria por la cantidad de alcohol que había consumido una noche antes. Se sentó en la cama y una sábana blanca cubría sus senos que estaban desnudos; inspeccionó con su mirada el cuarto donde se encontraba, dándose cuenta de que claramente era una habitación de hotel. Estiró un poco sus brazos, giró un poco su cuello, ya que sentía una ligera molestia, pero se detuvo de inmediato al ver al hombre dormido que estaba a su lado. Hayami observó su torso desnudo, fijándose en que tenía buenos pectorales, aunque inmediatamente pensó que había visto mejores. El cabello del chico era obscuro; ella lo recordaba castaño, pero aparentemente había estado muy ebria para recordarlo bien. Se levantó de la cama sigilosamente, recogió su vestido además de su ropa interior que estaba regada por la habitación, se vistió muy rápido, tomó su bolsa y salió de la habitación rápidamente. Caminó hasta salir del hotel admirándolo debido a que era muy fino y hermoso.
Hayami tomó un taxi y, al estar dentro de este, se recargó en el asiento sosteniéndose la cabeza. El trayecto hacia la dirección que había dado al conductor fue muy tardado, o eso había sentido, porque en lo único en que pensaba era en acostarse en su cama y poder dormir el resto del día. Prácticamente, había dormido muy poco esa noche.
El conductor detuvo el auto cuando llegaron a su destino. Hayami abrió los ojos con cansancio para luego buscar dentro de su bolsa algo de efectivo. Finalmente, le ofreció un billete al taxista y salió del auto sin siquiera preocuparse por el cambio que este le devolvería. Se acercó a la enorme puerta de madera color café, buscó nuevamente introduciendo su mano en su bolso, buscando las llaves. Al encontrarlas, abrió despacio la puerta para que nadie la escuchara, caminó el largo pasillo y comenzó a subir las escaleras. Hayami rozaba el pasamanos dorado mientras subía. Cuando por fin estuvo en la parte de arriba, se acercó a una habitación, y estaba a punto de abrirla cuando una voz la llamó por su nombre.
—¿Hayami? ¿Apenas estás llegando a casa?
Hayami la volteó a ver con la mirada cansada y desganada. Suspiró al ver que era su hermana menor, Isabel.
—Sí, apenas...
Respondió sarcásticamente con aire de cansancio. Lo último que quería era lidiar con su hermana.
—Si nuestros padres se enteran de que venís...
—¿Qué?, ¿me echarán de la casa?
Interrumpió Hayami con su voz despreocupada.
—Fue idea de ellos que yo me quedara en casa. Fácilmente, puedo rentarme un departamento sin problemas; además, ellos saben cómo soy, no tienen que decirme nada.
Continuó diciendo la chica.
—Bueno, es cierto lo que dices.
Hayami retomó la acción de entrar a su habitación y, al abrir la puerta, se encontró con varias cajas de mudanza. Caminó entre ellas hasta encontrar su cama, a la cual se dejó caer boca abajo y hundió su cabeza en el colchón.
—¿Dónde estuviste, "Yami"? Dijiste que irías a un club, pero estos no abren toda la noche, ¿o sí?
Preguntó Isabel, aún con un tono de reclamo.
—Me pillaste, hermana. Claro que no dormí en el club... Dormí en otro lugar.
—¿Estuviste con alguien? ¿Acaso con un hombre?
Hayami, que aún tenía la cabeza hundida en el colchón, apenas lo afirmó.
—Te he dicho que no hagas eso, es muy peligroso, puede ocurrirte algo, no sabes con qué tipo de personas puedes encontrarte.
—Nada me ha ocurrido; además, no es que lo haga todo el tiempo, tranquilízate.
—Bueno... Y entonces, ¿era bueno el hombre?
Hayami, que hasta ese momento aún continuaba con la cara hundida en el colchón, giró su cabeza, viendo a su hermana que estaba sentada sobre el colchón.
—Hermanita, no pensé que fueras tan pervertida, me sorprendes. Pues sí estuvo normal, nada del otro mundo.
Ella pensó que realmente había estado muy bien; lo que recordaba de esa noche había sido muy intenso, como si el hombre con quien estuvo hubiese pasado un largo tiempo sin estar con una mujer, al contrario de ella.
—Hermana, no hay solución contigo. Te dejaré dormir.
—Gracias, hermanita.
Isabel se levantó de la cama. Estaba yéndose cuando regresó al lado de Hayami nuevamente.
—"Yami", te recuerdo que hoy es mi cena con mi prometido.
Hayami se sentó sobre la cama.
—¿Sigues con esa tontería? No comprendo cómo te casarás si no lo amas; además, aún eres muy joven, recién has alcanzado la edad de 25 años.
—¡Hayami...!
Exclamó Isabel en forma de reclamo.
—No tienes que hacer lo que dice papá.
—Lo sé, pero debo asegurar mi futuro.
Hayami suspiró.
—Bueno, como sea, son cosas tuyas; no debería meterme en tus asuntos. Está bien, bajaré a cenar.
Respondió con fastidio.
—Ok, hermana, entonces te dejo dormir.
Isabel salió de la habitación; en cuanto lo hizo, Hayami se quitó los zapatos, puso en su celular la alarma para despertar y se acomodó en la cama, quedándose dormida rápidamente debido al cansancio y la ligera resaca.
Noah al fin se había despertado. Se presionó los ojos, miró a un costado de la cama dándose cuenta de que estaba solo. A los pocos segundos se levantó sobresaltado de la cama para comenzar a buscar sus pertenencias de valor al recordar que había pasado la noche con una desconocida. Al percatarse de que todas sus cosas estaban ahí, pensó en cómo había llegado a ese extremo, porque él no actuaba así, nunca se iría con alguien que no conociera, pero esa noche aquella mujer lo hipnotizó por la manera en la que se movía en medio de la pista. Su cabello largo y ondulado y el hermoso color de este, rojo como el fuego. Su mirada, esa que era tan desafiante y seductora, pero lo mejor eran sus labios rojos; eran los mejores besos que había probado en mucho tiempo. Esos labios eran tan ardientes, pero tan suaves. Ahuyentó esos pensamientos con un movimiento de cabeza, rápidamente observó su celular, percatándose de que eran las 7:00 de la mañana del lunes, así que debía darse prisa para ir a su departamento, a arreglarse para ir a la empresa familiar donde era el nuevo presidente.
Al tomar su camisa, la acercó a su nariz; rápidamente sintió la fragancia de dicha mujer. Era una muy dulce, a pesar de que esta estaba mezclada con el aroma del alcohol que sobresalía; pensó en que debía ser una fragancia cara. Al mover un poco su camisa, cayó al suelo un pendiente y al recogerla vio que era muy fina la pieza, ya que traía un diamante.
"¿Cómo una simple Stripe puede pagarse algo tan caro?"
Pensó, sin embargo, que no le dio más importancia al asunto. Se colocó su camisa y lo demás de su ropa; al salir de la habitación, apenas si saludó a las trabajadoras porque se sentía un poco avergonzado. Buscó su auto en el estacionamiento y, al subirse, se dirigió a su departamento a darse un buen baño para iniciar su día, que pintaba ser bueno.
Sean se quedó de pie por un instante, observando el abrazo entre Jin y Vittorio. Una emoción dulce le recorrió el cuerpo. Luego, con una sonrisa leve, se giró hacia la cocina abierta del departamento.—Voy a preparar algo de cenar. Este encuentro lo merece —anunció, sacándose la chaqueta y arremangándose la camisa mientras caminaba hacia los gabinetes—. Aunque no prometo un banquete, haré lo mejor que pueda.—Con que no sea veneno —dijo James, medio en broma.—Eso depende de cuántas veces me vuelvas a dejar con el corazón en la garganta —replicó Sean desde la cocina, ya sacando ingredientes.Vittorio se acomodó en el sofá con Jin sentado en sus piernas, jugando con uno de sus anillos. Su mirada se fue hacia James, pensativa, inquisitiva.—James… ¿y los padres biológicos de Jin? ¿Sabes algo de ellos?James tragó saliva, apoyándose contra la pared. Asintió con lentitud.—Sí. Sabemos quién es su padre… Riso Carleoni.El rostro de Vittorio cambió. La calidez se borró por un instante, reem
James abrió la puerta del departamento y dejó entrar primero a Vittorio y a Cristian. Apenas cruzaron el umbral, Sean se levantó de golpe del sofá. Tenía el rostro tenso, los ojos enrojecidos, y el teléfono apretado en la mano. En cuanto vio a James, corrió hacia él y se abalanzó sobre sus brazos, abrazándolo con fuerza, casi con desesperación.—¡Por Dios, James! ¿Por qué demoraste tanto? —murmuró Sean contra su pecho—. Me tenías al borde de un ataque...James lo rodeó con sus brazos sin decir una palabra, apretándolo con fuerza.—Estoy aquí —susurró, cerrando los ojos por un instante.Del fondo del pasillo, Liam apareció descalzo, con el cabello revuelto y la mirada alerta. Se detuvo al ver a Cristian entrar de la mano de Vittorio. Sus ojos se agrandaron y, sin pensarlo, soltó un suave:—Papá...Y entonces corrió. No esperó explicaciones, no pensó en el pasado ni en los silencios. Se lanzó directo a Cristian y lo abrazó con fuerza, rodeándole el torso como si quisiera fundirse con él
Se levantó del sillón y comenzó a caminar lentamente por la sala, como si reviviera cada segundo.—Ella era la hija del poderoso Señor Martín, amigo de mi padre. Inteligente. Hermosa. Ambiciosa. Y sobre todo, devota del poder. Me casé con ella como un prisionero que firma su sentencia. Pero jamás dejé de ver a Cristian. Nos seguíamos viendo en secreto. Nos encontrábamos en lugares remotos, como adolescentes desesperados. Cada beso era una guerra ganada. Cada noche juntos era un desafío al infierno.—¿Y Sofía lo supo? —preguntó James, sin poder contenerse.Vittorio asintió, con la mirada dura.—Claro que lo supo. Siempre lo supo. Pero al principio le convenía callar. Mientras tuviera mi apellido, mi dinero y mi familia detrás, le daba igual a quién amara yo en secreto. Pero con el tiempo... se hartó. O tal vez se enamoró de mí, quién sabe. Lo cierto es que una noche, me atreví, estuviste con Cristian en nuestra propia habitación, ellas nos vió.—Vittorio se detuvo y miró a su hijo direc
James lo miró con los ojos húmedos, sintiendo que toda la rabia contenida durante años se revolvía dentro de él.—Entonces dime. Dímelo todo. Porque si vine hasta aquí… es para escuchar la verdad. De una maldita vez.Y Vittorio asintió, despacio. Con la mirada cargada de una historia que aún no había sido contada.—Entra. Esto no es algo que se diga en medio del frío… ni de pie.El interior de la cabaña estaba bañado por una luz tenue, cálida, proveniente de un par de lámparas de aceite que creaban sombras danzantes en las paredes de madera. El lugar era modesto, casi austero, pero estaba limpio y organizado, como si alguien hubiera dedicado años a hacerlo habitable en medio del olvido. Había una mesa de madera envejecida en el centro, dos sillones gastados frente a una chimenea apagada, y una pequeña repisa con libros desordenados y una radio antigua.James entró con cautela, aún con el pecho agitado por el encuentro, pero fue entonces cuando lo vio.Cristian estaba allí. De pie, al
Sean lo miró, preocupado, y cuando James se giró para caminar hacia la puerta, lo alcanzó rápidamente. Con una mano, lo detuvo suavemente, tomando su brazo con firmeza.—¿Qué harás, James? —preguntó, su voz cargada de temor. La intensidad en los ojos de James era palpable, como si llevara una tormenta en el pecho.James suspiró, con la respiración entrecortada, y sin mirar atrás, dejó que la mano de Sean lo tocara.—Necesito ver a mi padre, Sean —respondió con determinación—. Iré solo.Derek, que había permanecido callado, se adelantó y puso una mano en el hombro de James, con una expresión seria y grave.—No puedes ir solo —dijo, con voz firme. Pero sabía que no importaba lo que dijera. James ya había tomado su decisión, y ese fuego en sus ojos no podía ser apagado.James levantó la mirada, limpiándose las mejillas con brusquedad. Estaba agotado, pero su resolución no temblaba.—Tengo que hacerlo, Derek —respondió, su voz cargada de una tristeza profunda, pero clara—. Se lo debo, a m
James levantó la mirada lentamente, clavando los ojos en su madre. La tensión en la sala era tan densa que nadie se atrevía a respirar.—¿Qué quieres decir con que Vittorio no me haría daño? —preguntó, con la voz baja, tensa, contenida—. ¿Estás defendiendo al hombre que me tendió una trampa hace unos años? ¿Al mismo que casi me mata a mí y a Sean en aquel centro comercial? Por favor. Vittorio no quería aceptar lo que él mismo era. Homosexual Sofía lo miró, sin retroceder, pero algo en su rostro se quebró. La máscara de calma se resquebrajó por primera vez.—James...—¡Dilo! —gritó, dando un paso al frente—. ¡Dilo de una maldita vez! ¿Qué estás ocultando? ¿Desde cuándo?—Desde que tú tenías diecisiete años —confesó ella, bajando la mirada como si el peso de esa frase la hundiera.El silencio se hizo pedazos. Todos se quedaron congelados. James palideció.—¿Qué cosa?—El día que fuiste atropellado —continuó Sofía, con la voz temblorosa—. Estuviste horas en coma. Los médicos no sabían
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