La cita fue en un restaurante discreto del centro. Alejandro había pedido la mesa más apartada, con la excusa de que quería revisar ciertos detalles del proyecto que ahora Raúl supervisaba directamente.
Cuando Clara entró, él se quedó sin habla. No era la mujer agotada y quebrada que recordaba del bufete, sino alguien distinto: su andar firme, la postura erguida, los rizos definidos enmarcando un rostro luminoso. No había rastro de abatimiento; lo que veía era determinación.
Siempre había sido bella, pero ahora había algo más. Una seguridad que emanaba desde su mirada y que obligaba a cualquiera a prestarle atención.
—Buenas tardes, Clara —dijo él, poniéndose de pie al verla llegar.
Ella sonrió con cortesía, tomando asiento frente a él.
—Alejandro, estoy suspendida. Estos días no quiero hablar de trabajo, y me imagino que ya se habrá enterado… fui el hazme reír del bufete.
Alejandro alzó las cejas, fingiendo sorpresa.
—He escuchado rumores, sí. Pero no estoy aquí sólo co