La brisa de la tarde acariciaba su rostro cuando Clara salió del restaurante. Caminaba con paso firme, aunque por dentro el eco de la última frase de Alejandro seguía retumbando con fuerza:
“Facundo te ha estado rondando.”
Se ajustó el bolso sobre el hombro y respiró hondo. Durante semanas había tratado de convencerse de que las notas anónimas podían ser una broma macabra, un vestigio de un pasado que ya había quedado atrás. Había guardado silencio, incluso ante Mateo, porque no quería verse frágil. Pero ahora, al escuchar de labios de Alejandro aquella advertencia, supo que ya no podía engañarse: Facundo estaba libre… y cerca.
El frío le recorrió la nuca como una gota de agua helada.
Se detuvo frente a la vitrina de una tienda, fingiendo mirar un maniquí vestido de gala. En realidad, buscaba reflejos en el vidrio, alguna sombra sospechosa que la siguiera. Nada. Gente caminando, un par de turistas con cámaras, una madre con su hijo pequeño. Ninguna figura amenazante. Y, sin embarg