El reloj de la clínica marcaba las nueve de la noche, y el silencio se extendía en los pasillos como un presagio. Esteban, con el celular aún caliente en el bolsillo, sabía que la primera llamada había sido apenas una chispa. Facundo lo esperaba en su habitación, con la respiración entrecortada y la mirada fija en un punto invisible del techo.
La orden era clara: encontrar a Valeria. Y aunque la lógica le gritaba que aquello solo traería más rencores y enojos, el peso de la lealtad lo empujaba hacia adelante.
Esteban volvió a marcar, esta vez un número distinto, uno que había guardado en su investigacion sobre todo lo de Valeria. Era Camila, una de las pocas amigas de Valeria que aún no había roto lazos con ella. Camila había estado en las sombras, soportando los rumores, viendo cómo la sociedad la devoraba viva sin poder detenerlo.
La línea tardó en conectar. Finalmente, una voz femenina respondió, cargada de desconfianza:
—¿Quién habla?
—Soy Esteban asistente de Facundo. Necesi