El reloj del Hospital Santa Regina marcaba poco después del mediodía. La luz blanca de la sala, implacable, se reflejaba en las bolsas de suero y en los monitores que rodeaban la cama. Clara yacía inmóvil, su piel aún marcada por moretones y la delgadez extrema que el cautiverio le había dejado.
Mateo no apartaba los ojos de ella. Aún sentía el movimiento de sus dedos esa madrugada, aún resonaban en su mente los segundos en que ella había pedido agua con los labios resecos. Pero ahora todo eso parecía lejano: Clara había caído en coma, y cada máquina que pitaba era lo único que confirmaba que seguía viva.
El internista principal entró acompañado por el equipo. Su bata blanca parecía más un uniforme de guerra que de medicina. Abrió la carpeta de resultados y habló con tono clínico, como si cada palabra pesara sobre la habitación.
—Paciente en coma hipoglucémico, con encefalopatía metabólica secundaria a desnutrición prolongada y ayuno. Mantiene presión arterial en 80/50 bajo sopo