El monitor marcaba un pitido constante, estableciendo el ritmo de la tensión en la habitación. Clara yacía conectada a tubos y cables, recibiendo líquidos y nutrientes que devolvían poco a poco la fuerza que el encierro le había robado. Mateo no le soltaba la mano, con los ojos rojos de tanto llorar y velar.
El obstetra regresó con un ecógrafo portátil. Se acercó a la cama con un gesto grave.
—Necesito hacer una evaluación más completa del embarazo. El doppler nos mostró el latido, pero debemos confirmar el estado de la placenta y del bebé.
Mateo asintió, sin soltar la mano de Clara.
—Hágalo.
Mykola, desde el rincón, levantó la voz en ucraniano.
—Чи витримає дитина? Скільки в нього шансів?
—¿El bebé resistirá? ¿Qué probabilidades tiene?
El traductor repitió la pregunta, y el obstetra lo miró con seriedad.
—El feto sigue vivo, pero está en sufrimiento. Necesitamos estabilizar primero a la madre. Si su cuerpo no tolera la hidratación y la nutrición inicial, el embarazo