El motor del carro retumbaba apenas como un murmullo. Dentro, el silencio era tan denso que parecía tragarse el aire. Mateo llevaba a Clara en brazos, envuelta en las mantas blancas que apenas podían cubrir los moretones que le marcaban la piel. Su rostro estaba hundido, los labios resecos, y su respiración era un jadeo débil que lo llenaba de pánico.
La sostuvo contra su pecho, temblando. Cada sacudida del camino le parecía un golpe brutal contra su frágil cuerpo. Mateo inclinó la frente hasta rozar el cabello enmarañado de ella y, sin poder contenerse, rompió en llanto silencioso.
El tío, sentado frente a él, lo observaba con firmeza. Sus ojos color miel brillaban bajo la tenue luz del interior del vehículo.
—Заспокойся, небоже.
—Cálmate, sobrino.
Mateo lo miró con desesperación.
—Я не можу… Вона помирає на моїх руках. Подивись на неї… Вона ледь дихає.
—No puedo… Se está muriendo en mis brazos. Mírala… apenas respira.
El tío lo sostuvo con la mirada, sin pestañear.